Opinión | Crónicas de la incultura
Ángel López García-Molins
El poder de los nombres

El presidente de Vox, Santiago Abascal, junto al presidente de EEUU, Donald Trump, durante la reunión que celebraron hace escasas fechas los seguidores del mandatario norteamericano. / EP
El otro día me encontré con un colega que me planteó la pregunta del millón: ¿pero esta columna tuya de Levante-EMV va sobre política o sobre cultura? Touché. Estuve tentado de decirle que política viene del griego polis, «ciudad», y cultura del latín cultus, «cultivado», aunque el término fuera evolucionando hasta significar cultivo de las relaciones sociales –o sea política–, según se puede ver ya en Feijoo (el otro, el erudito del siglo XVIII): «Yo no niego, antes positivamente concedo, mucha desigualdad entre varias naciones, por la cultura de unas y la falta de cultura de otras» (1729). Al final no le dije nada para no parecer pedante.
Menos mal que existe un glorioso antecedente de lo que estoy contando y pude contestar adecuadamente al listillo de mi interlocutor. En el Cratylus, uno de los mejores diálogos platónicos, Sócrates media entre dos posturas, la de Hermógenes, quien sostiene que el significado de los nombres es convencional, y la de Cratilo, que piensa que los nombres expresan la esencia de las cosas. Pudiera parecer una discusión bizantina, pero no lo es porque como también advierte Platón en su diálogo El Sofista: «¿No es posible que se engañe a los jóvenes, alejados aún de la verdad de las cosas, haciéndoles oír vanos discursos, mostrándoles de palabra imágenes de todos los seres, convenciéndoles de que estas imágenes son la verdad misma, y que el que se las presenta es en todo el más instruido de los hombres?». Pues sí, esto de los nombres tiene su miga porque van ligados a las imágenes y constituyen un procedimiento irresistible para engatusar a los jóvenes. Platón no había oído hablar de Tik Tok ni de la red social X (antes twitter), pero está describiendo sus tácticas y sus efectos con una precisión milimétrica ¡veinticinco siglos antes de que existieran!
Claro que los jóvenes no son las únicas víctimas de la manipulación lingüística. Los periódicos han destacado diez frases del discurso de investidura de Trump, entre las que se cuentan: la edad de oro, ley y orden, Dios me ha salvado la vida para que pueda cumplir mi misión, haremos América grande otra vez, etc. Hasta se ha empeñado en cambiar el nombre del golfo de México. ¿Qué quieren que les diga, todo esto, aparte de naïf, suena a déjà vu. El 1 de febrero de 1933 Adolf Hitler basaba su discurso de investidura en los mismos tópicos: «Hacemos como jefes de la nación, ante Dios, ante nuestras conciencias y ante nuestro pueblo, la promesa de cumplir con decisión y perseverancia la misión que en el gobierno nacional nos ha sido confiada. La herencia que recogemos es terrible. La tarea que hemos de acometer en busca de una solución es la más difícil que, de memoria humana, ha sido impuesta a hombres de Estado alemanes … Por encima de todas las clases y estamentos se propone devolver a nuestro pueblo la conciencia de su unidad nacional y política y de los deberes que de ella se derivan. Quiere hacer del respeto a nuestro gran pasado y del orgullo por nuestras viejas tradiciones la base para la educación de la juventud alemana». También cambió el nombre de Polonia, que pasó a ser el Gobierno General.
Mal vamos si, adoptando la posición de Cratilo, creemos ciegamente en que basta decir algo para que exista. Por fortuna la lengua se venga siempre de los impostores haciéndoles cuchufletas. ¿Se han fijado en las deformaciones a las que se llega cuando alguien pronuncia defectuosamente los nombres extranjeros? Por ejemplo Trump ha llamado Obescal al líder del partido español de extrema derecha: ¿no estaría pensando en que le debía obey, «obedecer», incluso en su cruzada antihispana? Por su parte, Franco llamaba Isover al general Eisenhower, que le había salvado del aislamiento internacional reconociendo su régimen (1959): ¿tal vez suspiraba de alivio con un inconsciente it is over, «se acabó», que le permitió prorrogar la dictadura otros quince años al tiempo que llenaba España de bases militares americanas? Decididamente la onomástica da mucho de sí. Y el que no me crea que se asome a los trabajos de un compañero de la UV, Ricard Morant, que sabe del tema más que nadie.
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