Opinión

Psicólogo social y escritor

Ruido mucho ruido

Lunes de Carnaval en Duesseldorf.

Lunes de Carnaval en Duesseldorf. / Efe

Hay pocas cosas que molesten tanto como el ruido, desconcierta, evita la concentración, aumenta el estrés, genera mal humor, provoca alteraciones en el rendimiento intelectual y puede conducir a cometer errores en la toma de decisiones.

Esta circunstancia, que generalmente se asocia con las personas a título individual, también puede tener su traslación a lo social, algo que notamos hace ya bastante tiempo y que se ha agudizado de manera exponencial, desde que el nuevo ocupante de la Casa Blanca se ha empeñado en liderar la agenda de la notoriedad, dentro y fuera de los Estados Unidos. 

Estamos viviendo un tiempo en el que no paramos de percibir un martilleo constante de ruido, entendido como algo que no aporta nada, pero que resulta molesto. Cuando no escuchamos el insufrible sonido de la motosierra, resuenan tambores de guerra mundial o se anuncian, con fanfarrias, decisiones adoptados de manera unipersonal, a pesar de que afectan a millones de personas que no han opinado, ni participan en lo que va a ser su futuro. De momento, solamente es eso, una estruendosa sinfonía incomoda que empieza a convertirse en insoportable 

En cualquier caso, el ruido no es buen compañero de viaje y se puede convertir en una compañía peligrosa si además descubrimos que puede formar parte de una determinada estrategia de comunicación, cuya misión consiste en agrietar algunos de los principios básicos que se han mantenido durante décadas en gran parte de las sociedades occidentales. La estrategia no es nueva, se ha repetido mil veces, incluso existen antecedentes bíblicos, la insistencia de las trompetas en Jericó evidenció que los muros defensivos, por altos y potentes que sean, pueden derribarse con un sonido persistente. Volviendo al presente, los instrumentos actuales son algo menos estridentes, pero tienen un impacto mucho mayor, su eco es infinito y se cuelan por todas partes, de ahí su capacidad destructora. 

Con la dificultad que entraña encontrar alguna lógica en la trepidante carrera de desconcierto en la que estamos inmersos, no resulta descartable que tanta noticia extrema, cada una de las decisiones que se adoptan de manera absolutamente desproporcionada, cuantos sobresaltos estamos viviendo, solo se pueden entender si aplicamos una interpretación relacionada con la intención de asaltar hegemónicamente el tráfico de la comunicación, sin dejar que nadie ocupe espacio alguno y, de esta manera, demostrar quien está al mando. De momento, el sonsonete está consiguiendo que todo el mundo esté pendiente. Ahora, falta saber hasta qué punto es posible llevar a cabo las ocurrencias que se lanzan sin más y si son viables las amenazas que subyacen.

En los regímenes democráticos, la fuerza de la ciudadanía está precisamente en la capacidad de discernir, descubrir el juego oculto y actuar en consecuencia. No podemos olvidar que en la ecuación de la comunicación es tan relevante el papel del emisor como el del receptor.

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