Opinión | Miel, limón y vinagre
Albert Soler
Jeff Bezos, 'bezos' a la luz de las rotativas
Cuando uno está en el top ten mundial de multimillonarios, se supone que posee de todo, hasta una mujer joven y voluptuosa, como es el caso de Bezos, quien encima planea mandarla al espacio con uno de sus cohetes

Jeff Bezos. / Redacción
Hasta ahora he tenido la suerte de que en los periódicos donde he escrito, lo hacían también columnistas con opiniones totalmente contrarias a la mía. Una suerte para los lectores, porque es muy aburrido leer siempre la misma opinión aunque la escriban de diferente forma, y una suerte para mí, porque me daría pavor hallarme en compañía —de papel o digital— de colegas que pensaran igual que yo. Menudo gilipollas ha de ser alguien que piense como yo.
No tendría esa misma fortuna si entre los diarios que publican mis artículos se contara el Washington Post, aunque debo confesar que esa puerta nunca se me ha abierto, igual desconocen mi número de teléfono, quizás hasta exigen saber inglés, esos americanos son muy raros. Desde hace unos días, la sección de opinión del Post será opinión en un solo sentido —o sea, será únicamente media opinión— y priorizará los artículos que defiendan "las libertades personales y el libre mercado", sea eso lo que sea, seguro que nada bueno.
No porque así lo mande la Constitución de aquel país, no porque un arcángel del Señor haya descendido a la Tierra para darnos a conocer ese nuevo mandamiento, sino por un motivo de mucho más peso: porque así lo quiere el dueño del periódico, Jeff Bezos. Y si al director de la sección de Opinión no le parece bien que a partir de la fecha, la opinión sea orientada por el dueño, se le cambia por otro, como así ha sido, que directores de Opinión puede haber muchos, pero de opinión no hay más que una, y esa es la que dicta el nuevo dueño del Washington Post.
Bezos es fundador de Amazon y uno de los hombres más ricos del planeta, por lo menos eso aseguran las revistas especializadas en ricachones, como Forbes o Fortune, aunque uno nunca ha sabido cómo se calcula cualquier fortuna que exceda de los 10.000 dólares (9.352,26 euros, al cambio). Cuando uno está en el top ten mundial de multimillonarios, se supone que posee de todo, hasta una mujer joven y voluptuosa, como es el caso de Bezos, quien encima planea mandarla al espacio con uno de sus cohetes, no para librarse de ella, como alguno podría sospechar, sino para demostrarle su amor, hoy te mando más lejos que ayer pero menos que mañana. Prueba de que pondrá en órbita a su señora por amor es la forma de pene gigante que tiene el cohete de Bezos, aunque también orbitó en él, hace poco, nuestro Jesús Calleja, y no consta que mantenga ninguna relación con el magnate.
¿He dicho que Bezos posee de todo? Falso, le faltaba ser dueño de un periódico, y no de cualquiera, sino del prestigioso Washington Post, el mismo que obligó a todo un presidente, Richard Nixon, a dimitir, tras haber demostrado que mintió en el caso Watergate (al bueno de Tricky Dick no se le ocurrió argumentar que simplemente había cambiado de opinión, cuánto podría aprender de Pedro Sánchez).
Así que, en 2013, Bezos, a quien ya por entonces se le caían los millones de los bolsillos, quiso sentirse un nuevo ciudadano Kane y compró el Post, prometiendo, por supuesto, no inmiscuirse en la línea editorial. Lo cual confirma que el nuevo dueño de un periódico asegurando que no va a interferir en los contenidos del mismo, tiene la misma credibilidad que el presidente de un club de futbol ratificando al entrenador: ya puede el míster ir preparando las maletas.
Como españoles, hemos de agradecerle a Bezos que —por lo menos hasta el momento de cerrar esta edición— no haya provocado una guerra de Estados Unidos contra nuestro país, como sí hizo el Kane cinematográfico (y el Hearst en quien se basaba éste). Tal vez han pesado en ello sus raíces, puesto que su padrastro, de quien tomó el apellido, era un cubano de padres españoles, en concreto de Valladolid.
Parece poco parentesco, pero uno no puede sino sentirse un poco millonario al saber que los padres del padrastro de uno de los hombres más ricos del mundo, eran naturales de una ciudad que dista 800 kilómetros de la mía. Por si fuera poco vínculo, encima compartimos estilismo capilar.
Los editores de prensa de antes, por lo menos así los hemos visto en las películas, eran unos tipos –o ricas señoras que habían heredado de su marido, además de un ático frente a Central Park y una segunda residencia en los Hamptons, la cabecera de un diario— que defendían a sus periodistas ante cualquier injerencia, una clase de gente que buena falta nos hace a los trabajadores de este gremio. Bezos va un paso más allá, y para que no haya injerencias externas, se convierte él en la injerencia. No está mal pensado.
Para los periodistas del Post se acabó el periodismo romántico. No habrá Bezos a la luz de la luna, sino a la de las rotativas.
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