Opinión

Periodista y escritor

Los corderos de Hollywood

Un momento de la gala de los Oscars.

Un momento de la gala de los Oscars. / E.P.

Hace un par de décadas, en plena guerra de Irak y durante la gala de los Oscar, el cineasta Michael Moore lanzó una virulenta crítica contra el entonces presidente de Estados Unidos, George Bush. Acababa de recoger el premio por Bowling for Columbine, un demoledor y brillante documental contra el uso de las armas en su país a raíz de la matanza en un colegio. Corrían tiempos en los que las gentes del cine se mostraban muy beligerantes contra las políticas de Estados Unidos y contra la lógica de los poderosos. En fechas mucho más cercanas figuras tan carismáticas y populares como Meryl Streep o George Clooney han puesto públicamente en la picota los desmanes de un tipo arrogante, machista, xenófobo y autoritario llamado Donald Trump. Además, en la columna de méritos recientes, las cineastas de Hollywood han estado a la cabeza de una revolución como el Me too que despertó un movimiento contra los abusos sexuales en el mundo entero. Así pues, desde su nacimiento, como un arte y una industria, el cine ha cumplido un destacado papel de agitador de conciencias, un rol de compromiso con las causas justas, un espejo para reflejar las luchas por la libertad y la dignidad. Todo ello, por supuesto, en medio de los eternos conflictos entre los dueños de los estudios y los profesionales, bien fueran iluminadores o maquilladores o estrellas de la pantalla. Baste recordar la caza de brujas del senador Joseph MacCarthy en los años cincuenta y la respuesta valiente de algunos frente a la cobardía delatora de otros.

Esa tradición contestataria del cine se ha visto interrumpida en la reciente gala de los Oscar y, para asombro de muchos, Hollywood ha callado frente a las peligrosas y agresivas bravuconadas de un presidente que no respeta ni los derechos humanos. En una actitud hipócrita y sorprendente, el cine norteamericano se ha escandalizado más por los tuits racistas y groseros de la actriz Karla Sofía Gastón que por las amenazas de Trump contra las mujeres, los latinos o los homosexuales o por sus anuncios de apropiarse de Groenlandia o del canal de Panamá. Para un mayor abundamiento, mientras la Academia de EE UU premiaba como mejor película un filme innovador e irreverente, un ejemplo del cine independiente como Anora, o concedía el galardón al mejor documental a No other land, un alegato a favor de los derechos de los palestinos, los cineastas ignoraban en sus discursos los exabruptos de un autócrata como su presidente. Los cronistas de los Oscar han buscado explicaciones a este silencio de los ahora corderos de Hollywood, pero no parece que hayan encontrado aún razones convincentes de esa conducta. ¿Miedo a enfurecer a Trump? ¿Consignas de las grandes productoras y plataformas? ¿Temor a perder el favor del público en una sociedad, donde la mitad de sus habitantes vota a un político tan despreciable y mentiroso? Pero resulta difícil concebir que actores, directores o técnicos que ganan auténticas fortunas con su trabajo se sientan intimidados por posibles represalias de un presidente que, entre otras cosas, fulmina toda disidencia y amenaza esas libertades que tanto gustan de mostrar los yanquis en sus películas.

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