Opinión
El piano de La Fe

El piano del Hospital La Fe. / L-EMV
Estoy seguro que muchas de las personas que leerán este artículo habrán visitado alguna vez el Hospital La Fe de Valencia. Todos los centros sanitarios son espacios de esperanza, donde se da una lucha encarnizada contra el sufrimiento y la muerte. Cada uno de ellos tiene algo que destacamos y recordamos. La Fe, en concreto, a parte de sus pasillos infinitos, sus recursos y su tamaño tiene algo que lo diferencia y es un piano en la planta baja de accesos a familiares y pacientes. Resulta extraordinario al vagar entre sus gentes escuchar de pronto los acordes de este instrumento musical que aquieta las dudas existenciales más primarias. Cuando alguien decide bajar a tomar el aire y tiene la suerte de que una persona de la calle tome asiento e inicie la interpretación de una obra, la sensación que recorre el cuerpo es de vulnerabilidad, de pequeñez ante los embates de la vida. Los ojos vidriosos que nos provocan las notas musicales son una invitación para que veamos cuál es nuestro fin en el teatro de la vida y cómo, tras los cristales del hospital, un fantasma recorre el mundo entero que lo puede llevar a su destrucción: la egomanía.
Desde hace unos meses se han hecho virales las intervenciones del doctor Manuel Sans Segarra en torno a cuestiones como la supraconciencia y la vida después de la vida. Una de las cuestiones más interesantes que trata es el mal endémico de nuestro tiempo, esa dinámica suicida que está alterando «la atmósfera, hidrosfera, geosfera y biosfera, poniendo en peligro nuestra civilización y nuestro planeta». A todo ello lo califica de egomanía. Vivimos en tiempos de endiosamientos varios, de sheriffs que llevan a una absolutización del yo, olvidándose de la otra persona, del tú que respira tu mismo aire, con las mismas necesidades de anhelo de poder vivir y formar un proyecto de vida. Los poderosos de nuestro tiempo han entrado en una carrera voraz para determinar el destino de millones de personas a golpe de decreto, presentándolo como un gran espectáculo, como si disponer del destino de miles de vidas fuese lo más necesario, humano y progresista del momento.
Resulta paradójico que venimos a esta vida sin nada y nos vamos sin nada. Deberíamos darnos cuenta que los hospitales, al igual que otros ámbitos donde se sufre, por los que vamos a pasar todos sin excepción, nos enseñan que somos tocables, que en cualquier momento podemos partir hacia la eternidad, que nos iremos sin propiedades ni posesiones. El mal consiste, precisamente, en las diferentes destrucciones de la vida provocada por esa absolutización del yo, del ego, que lleva a devorar todo lo que se opone en su camino. Cuando entramos en esta espiral, el ser humano deja de saber lo que hace y aumenta su capacidad de devastación. La ansiedad por poseer y la ignorancia nos llevan a agredir a los demás. Ojalá nos acojamos a los acordes del encuentro, de la escucha y del entendimiento. En el piano de La Fe se lee «Medicina para el Alma»; medicina para que vivamos de otra forma y caigamos en la cuenta que esto no es idealismo, sino lo más real que existe, como se entrecruzan la vida y la muerte en cualquier hospital del mundo.
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