Opinión

SophIA y lo humano

Para Aristóteles, la felicidad es el fin último y el propósito más elevado de la existencia humana. Sin embargo, parafraseando a Voltaire, muchas veces buscamos la felicidad como busca un borracho las llaves de su casa: en la fama, el dinero, el éxito o cualquier lugar donde realmente no está. Surge entonces la pregunta: ¿dónde hay que buscarla? ¿Puede la inteligencia artificial ayudarnos a ser más felices y mejores seres humanos o, por el contrario, acabará por deshumanizarnos?

La dirección que toma la IA es, sin duda, motivo de debate. ¿Qué enfoque debería tener y cuál es su camino correcto? La Unión Europea defiende que la aplicación de la inteligencia artificial sea, ante todo, humana y no cause más daño que beneficio. La IA no tiene alma, ni siente compasión; su capacidad se basa en la repetición de patrones. Las máquinas aprenden a través del machine learning y pueden llegar a crear, pero siempre repitiendo o deduciendo, sin implicarse o adaptarse como lo haría un ser humano. La IA acumula datos e interpreta información, pero carece de empatía, de la capacidad para distinguir la bondad de la maldad, y eso obliga a definir con precisión sus límites de aplicación. ¿Está acaso la IA descarrilando su propósito original?

Mustafa Suleyman, considerado el padre de la IA en Microsoft y antiguo fundador de DeepMind, advierte de los riesgos y de la dualidad que puede acarrear esta tecnología, capaz de generar tanto resultados positivos como negativos. Según sus palabras, la desaparición de trabajos o la sustitución de humanos por robots es algo anecdótico frente a las grandes estafas cometidas por personas malintencionadas que, mediante delitos como la clonación de voces —ya sea la tuya o la de tu padre—, pueden vaciar tu cuenta bancaria. Por ello, clama la necesidad de marcos regulatorios internacionales para hacer frente a estos abusos y nuevos delitos «artificiales».

Por otro lado, el historiador y filósofo Yuval Noah Harari, advierte sobre el poder de la IA, el avance de la hipervigilancia global y el debilitamiento de la conversación humana. Harari plantea una paradoja: si nuestra especie es tan sabia, ¿por qué actuamos de manera tan autodestructiva? ¿Qué diferencia realmente a la IA de un totalitarismo? La tecnología actual permite una vigilancia total que acaba con las libertades fundamentales, ya que no necesita agentes que persigan a los humanos, sino que los controla a través de teléfonos inteligentes, ordenadores, cámaras y sistemas de reconocimiento facial.

En este contexto, debemos recordar que una cosa es ser, otra es estar y una tercera, mostrar. Una máquina no es, ni está; simplemente adapta el lenguaje y muestra interpretaciones, pero puede llegar incluso a matar, al carecer completamente de ética y moral, sin un corazón que la guíe.

La inteligencia artificial es una tecnología diferente a las anteriores, con riesgos mayores, porque su poder ya no reside únicamente en manos humanas, sino que puede tomar decisiones por sí misma mediante algoritmos, cuyo proceso desconocemos los humanos y ni siquiera entendemos. Esto plantea el dilema de cómo distinguir entre lo que opinan las personas y lo que deduce una máquina, pues las decisiones algorítmicas carecen de humanidad. El modelo de negocio actual persigue únicamente la obtención de beneficios y nos está convirtiendo en productos mercantiles. Cuanto más tiempo pasamos en las plataformas digitales, mayor es el dinero que ganan esas empresas, y más datos nuestros son recogidos para ser vendidos a terceros. Este sistema nos convierte en marionetas movidas por hilos invisibles para alcanzar un fin económico, cuya filosofía está muy cerca de Maquiavelo y muy lejos de Kant. Los algoritmos han descubierto que el sentimiento de odio provoca mayor implicación, y que el miedo o la rabia inducen a compartir más enlaces, que a su vez incrementa las ventas de nuestros datos y al final, ese afán desmedido por el dinero se vuelve cruel. Entonces ¿Nos proporciona la IA una mayor felicidad?

Sin embargo, la Inteligencia artificial tiene el potencial de mejorar, en función de su uso, la atención sanitaria, prestar servicios en zonas de extrema pobreza e incluso prevenir accidentes en el transporte . Debemos ser conscientes del uso masivo que se le está dando para que no consiga el efecto contrario por el que nació, que fue para ayudarnos. La IA puede salvar vidas, pero también puede destruirnos. No podemos ignorar la realidad; es imperativo ser conscientes y defender lo humano, porque ya sabemos que un progreso que no es humano, no es un progreso. 

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