Opinión
La ultraderecha y el lavavajillas
El verdadero fantasma que recorre nuestras democracias no es solo el auge de la extrema derecha, sino el desconcierto acerca de qué hacer con ella

'White Washing' de Eugenio Merino, en la edición de este año de Arco. / L-EMV
El creador Eugenio Merino presenta, en la actual edición de Arco, una obra titulada White Washing. Quien con anterioridad metió a Franco en una nevera, en esta ocasión ha elegido un lavavajillas en cuyo interior hay 17 platos estampados con las caras de los principales representantes de la ultraderecha mundial, entre ellos Donald Trump, Giorgia Meloni, Javier Milei o Santiago Abascal.
“La idea era hablar del blanqueamiento de la extrema derecha que se ha ido desarrollando en las últimas décadas”. Dicha metáfora es idónea para explicar la actual relación trágica entre la derecha tradicional y la ultraderecha. Una relación que proviene, sobre todo, porque la derecha, usualmente definida como de centro, precisa en muchos casos sus votos para tener mayorías.
La cuestión es, por un lado, la necesidad de reflexionar sobre el hecho de que crece el partido de los descontentos. Intentar comprender el porqué del éxito de una propuesta basada en unos pocos puntos: rechazo a la inmigración, enmiendas a la totalidad (incluso a la democracia, pues sus oponentes ya no son contrincantes, sino enemigos), ruptura de todo consenso y de todo atisbo de veracidad. Uno de sus logros es dominar la iniciativa de la discusión mediática a partir de una estrategia: confundir la dificultad de buscar soluciones, por negar el problema, es lo que acontece con el tema de la inmigración. Esto último ya se puede denominar trumpismo, un fenómeno en alza.
Y lo peor de lo peor se produce cuando el discurso de dicha derecha tradicional cae en la estrategia trumpista. La tentación vive en las enmiendas a la totalidad. A ello se une añadir gasolina a una polarización que cada vez sustituye el poder compartido por la impotencia compartida (Innerarity). Como dijo Mark Twain, la historia no se repite, pero muchas veces rima. Mussolini y Hitler adquirieron popularidad dentro del desconcierto provocado por una polarización que ellos mismos habían provocado. Es decir, se pusieron a calmar la situación que ellos habían contribuido a generar.
Pero el verdadero fantasma, que recorre nuestras democracias no es solo el auge de dicha extrema derecha, sino el desconcierto acerca de qué hacer con ella. No sólo por parte de la señalada relación trágica, sino también se percibe a la izquierda que manda, regula y prohíbe, y la derecha se les ve más apegada a una vida despreocupada y espontánea. Las élites políticas debieran de recapacitar sobre este asunto, porque los radicalismos intempestivos pueden ser rentables (electoramente) a corto plazo, pero a largo puede ser perjudicar a la propia subsistencia de estas élites.
La derecha tradicional debiera de releer La casa de los espíritus, de Isabel Allende. Sobre todo, la posición política de su protagonista: Esteban Trueba. Al principio estaba extasiado con el triunfo de la izquierda, por lo que apoya un golpe de Estado militar que derroca el gobierno legítimo, imponiendo una dictadura. Lentamente se da cuenta de que los militares una vez en el gobierno no piensan devolver el poder a los civiles. En efecto, el senador y líder del Partido Conservador, percibe la realidad cuando su nieta Alba sufre las consecuencias al ser encerrada y torturada. El senador, cuando trata de sacarla de la cárcel, descubre que su poder ha sido totalmente devorado por el monstruo que ha ayudado a crear. ¿No es lo que le ha ocurrido al Partido republicano estadounidense? Cuidado, pues, con Europa; y con el lavavajillas.
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