Opinión
Tiempos serios

Un combo con las caras de Trump y Putin. / AP/D.L.
Depender de alguien es malo. Depender de un ezquizofrénico es una maldición. Hoy Estados Unidos es una personalidad esquizoide y no quiere reconocer su enfermedad. En qué acabará su presente histórico no lo sabemos. Lo que sabemos es que su estructura gubernativa no es previsible. No sabemos la manera en que los vaivenes, bandazos, caprichos y ocurrencias de Trump chocará con los suelos de orden cotidiano. Ignoramos cómo reaccionará él cuando se presenten las primeras frustraciones ni cómo resistirán aquellas instancias de orden que atraviesan la realidad americana. En estas circunstancias, orientar la acción europea por un solo escenario no es prudente.
La esquizofrenia de los Estados Unidos no se reduce a Trump. Se trata de algo estructural al país que no cesará de crecer mientras su vanguardia implicada en la lucha mundial por la supremacía tenga en su base a la inmesa población entregada al mal vivir de un país que no ha sabido mantener, como China, el vigor creciente de las clases medias. De este modo, el resentimiento social de los humildes y pobres se pondrá al servicio de la imposición de la supremacía de los supermillonarios. La manera en que esa dualidad de avaricia y resentimiento afecte a la estabilidad de otros estratos de la sociedad americana no lo conocemos.
Como época de transición, y entre los grandes actores, Europa es la más débil. Todavía está por encima de India y de Brasil, pero esto puede ser temporal si no acierta en las decisiones adecuada ahora. No cabe duda de que se abre un momento existencial decisivo. Hay voces que dicen que debemos saber lo que quieren los Estados Unidos, Rusia o China. No hay dudas de esto: quieren ser actores mundiales. Y quieren que cuanto menos lo sean, mejor. En realidad, avanzan hacia una sustitución de facto del Consejo de Seguridad de la ONU y de la legalidad internacional.
La fortaleza y la superioridad de Europa sobre cualquier lugar de la Tierra es de naturaleza civilizatoria y sus compensaciones y equilibrios no tienen parangón. Durante cincuenta años creíamos que nuestra mejor defensa era el avance de esas formas civilizatorias y esos equilibrios en el mundo. Incluso en un momento, creímos que Rusia iba a entrar en ellas y ofrecíamos a grandes espacios como América Latina un modelo de federación de Estados. Esa expansión era nuestra mayor defensa.
Disponer de un plan
Hoy no podemos creerlo. No estamos en la punta de lanza de la evolución mundial y necesitamos una defensa explícita. El parón que ha sufrido esa expansión lo ha percibido y producido a la vez Estados Unidos. Su respuesta ha sido imponernos primero una guerra y luego una paz injusta. En este torbellino necesitamos un alto reflexivo y disponer de un plan con varios escenarios. Pero debe tratarse de un escenario europeo. La escala nacional no sirve aquí sino como ámbito de reflexión impulsado con serenidad por los actores políticos.
Si la esquizofrenia de los Estados Unidos se torna endémica y radicaliza sus posiciones supremacistas como consecuencia de las frustraciones inevitables de su política, será más fácil que ese Grupo de Defensa Integral Europeo pueda desprenderse de su placenta OTAN sin exponerse a la indefensión.
Las manifestaciones de los socios del gobierno como Sumar, ERC y Bildu, por un lado, y de la oposición de PP, parecen razonables y atendibles, frente a la proverbial insensatez común de Vox y Podemos, alentada por la ambigüedad de Sánchez. Pero debemos llegar a posiciones maduras mediante un debate parlamentario de altura, que ponga entre paréntesis la escenografía de la violencia verbal y ofrezcan la imagen de un pueblo con buen sentido que sabe que se juega su futuro.
La clave de ese debate quizá deba evadir la política de compras nacionales de armas. Eso forma parte de las presiones de Trump en su guerra comercial, es estéril y no conduce a resolver el problema. El general Ayala lo ha dicho por activa y por pasiva: necesitamos una doctrina de defensa y operar según ella. Europa debe ser una potencia militar integrada, pero debe comunicar al mundo su doctrina. Y esta no puede ser otra que defensiva y activamente neutral en favor de la paz, no agresiva. “Europa ist satt”, debemos decir, como lo hizo Bismarck tras 1871. Rusia debe saberlo. Si un nuevo país quiere ingresar en la Unión debe tener garantizada su defensa, pero debe ser militarmente neutral.
Una política defensiva debe identificar las amenazas. Rusia lo es, pero esta guerra ha sido contra la OTAN, no contra una doctrina defensiva europea. Esta es la clave del asunto. Romper hoy con la OTAN no es viable, y lo sabe cualquiera que entienda de cómo funciona la defensa. Pero el estatuto de Europa en la OTAN no puede ser la de una serie de Estados que se relacionan cada uno a su manera con la organización. De forma integral o como una mayoría impulsora, debemos exigir un estatuto especial dentro de la OTAN en tanto Grupo de Defensa Integral Europeo. Y operar así en el seno de la OTAN y dentro de las instituciones europeas y desde ellas con la suficiente planificación y financiación integrada.
Esto es lo único razonable. Si la esquizofrenia de los Estados Unidos se torna endémica y radicaliza sus posiciones supremacistas como consecuencia de las frustraciones inevitables de su política, será más fácil que ese Grupo de Defensa Integral Europeo pueda desprenderse de su placenta OTAN sin exponerse a la indefensión. Si, como es deseable, el completo amateurismo de Trump en política internacional da paso a una comprensión madura de lo que son las relaciones entre civilizaciones extremadamente complejas, entonces Euroamérica tendrá todavía una oportunidad como campo civilizatorio mundial. USA no será entonces un islote en medio de océanos rodeados de gentes que no podrán confiar en su política.
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