Opinión | La ventana
El arreón insano

La ministra de Sanidad, Mónica García, y el doctor Simón en el quinto aniversario del confinamiento. / Efe/D.G.
Cuando por las cuatro esquinas se rememora la entrada en vigor del confinamiento aquel, la imagen con la que tropiezo es la de un poli sujetando del cuello a una enfermera en el afán de ofrecer unas instrucciones básicas para defenderse ante el incremento fino filipino de agresiones que viene sufriendo el personal sanitario. Vale que no salgamos al balcón a aplaudirles, pero hombre...
A mi padre le hacía tilín que hubiese estudiado Medicina, pero el día que la puerta de un bus le espachurró los dedos a mi primo Jesús y el que se desmayó al ver lo sucedido fui yo comprendió que su deseo tenía poco recorrido. Creo que lo que pretendía en el fondo es que me convirtiese en su especialista particular porque no sabría decir si alguna vez fue al médico. Yo sí y a mucha honra. Tengo ya una edad y ni una sola queja. En Atención Primaria disfruté durante muchas temporadas de todo un profesional comprometido hasta la médula como es Blas Cloquel. Cuando vino la pandemia llevaba tres años jubilado y no conocí a su sustituto porque gracias a la arritmia debuté en el hospital y, por mor de alcanzar los sesenta, fui de planta en planta hasta doctorarme con un par de intervenciones o tres nada despreciables. El caso es que, al venirse encima lo que se nos vino, recurrí al de cabecera que ya no era ante el tembleque causado por tocarme en el sorteo la de Astrazeneca o para corroborar cuánto debía aguardar para visitar a mi madre tras ponerme la segunda dosis. Llegué por los pelos, pero lo hice antes de que dijera adiós. El de familia que me ha tocado en suerte hoy en día se llama Serrat. Con eso lo digo todo.
Por eso cuando, por mucho que falle el sistema y aunque la mayoría se muestre comprensiva con ciertos déficits de atención, te echas a la cara la cantidad de amenazas, coacciones y ataques con las consiguientes secuelas que padece personal destinado a velar por tu salud en unas condiciones de presión de la que cada vez es más difícil evitar contagiarse, uno concluye que, joder, ya hay que estar enfermo.
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