Opinión

València

La dana es un disparo al corazón y a la cabeza

El coronavirus desnudó a la sociedad para mostrar a quién protegía y a quién olvidaba. Se extendió la fe de que uno sólo se tiene a sí mismo. Y la verdadera vida se convirtió en pura supervivencia. Una supervivencia que sigue bajo una maraña de situaciones adversas globales como el calentamiento del planeta y sus efectos en China, Bangladesh y Valencia. Si uno lo observa sin distracción, sobrevivir en estas condiciones tiene un efecto en la salud física y mental de las personas, pero también desborda los sistemas de salud y de bienestar social.

 

Son muchas las instituciones que están alertando sobre el impacto del cambio climático en la salud. Por ejemplo, la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR, por sus siglas en inglés) asegura que los desastres relacionados con el clima han pasado de 3.656 (en el periodo de 1980 a 1999) a 6.681 (2000-2019), han causado la muerte de más de medio millón de personas y han ocasionado necesidades asistenciales sanitarias y sociales a más de cuatro mil millones de personas.

 

Ante los latigazos climáticos, los profesionales y los sistemas de salud y de bienestar social atienden a los cientos, miles de personas que sufren traumatismos, quemaduras, intoxicaciones, infecciones, eventos respiratorios y cardiovasculares y aquellas con enfermedades crónicas como la diabetes, las demencias o los procesos neoplásicos que pueden descompensarse o interrumpir su tratamiento. Estas consecuencias se producen en las poblaciones que viven en los territorios afectados directamente y en tierras alejadas a cientos o miles de kilómetros. Todo indica que los sistemas asistenciales tendrán que tratar y cuidar, durante toda la vida, la mala salud y las necesidades por dependencia de los gestantes, recién nacidos y niños de corta edad expuestos a situaciones climáticas extremas. Por si esto fuera poco, más del 25% de los supervivientes adultos a incendios forestales e inundaciones presentan trastornos de ansiedad, trastorno depresivo mayor y trastorno de estrés postraumático a los tres y seis meses del desastre. Las consecuencias sobre la salud mental se mantienen, al menos, 3 ó 4 años. Este impacto es mayor en las personas con antecedentes de mala salud mental y física, los más mayores, los niños, niñas, adolescentes y jóvenes, las mujeres embarazadas y madres solteras, las discapacitadas, las institucionalizadas, los trabajadores y voluntarios que intervienen primero y las que viven en la pobreza como las personas sin hogar.

Los datos empíricos demuestran que las personas expuestas repetidamente a huracanes e inundaciones experimentan mayor riesgo de padecer, a lo largo de los años, trastornos mentales por un fenómeno de hipersensibilización. Como cabía esperar, este incremento del riesgo acontece en la población afectada directa e indirectamente, pero también en las personas alejadas que permanecen conectadas a las noticias, mensajes y videos. Otro aspecto, no menor, es la conveniencia de disponer de gobiernos fiables durante los desastres naturales. El impacto sobre la salud es más intenso y duradero cuando el funcionamiento de los gobiernos no ha sido satisfactorio.

Prestar atención al significado y las implicaciones de una exposición acumulativa a los desastres meteorológicos requiere, en primer lugar, vigilar los vínculos estrechos entre la salud y la nueva realidad climática, así como redactar y compartir informes basados en la evidencia científica. En segundo lugar, formular políticas públicas que protejan la salud y el bienestar social de las personas frente al cambio climático. A este respecto, la Organización Mundial de la Salud (OMS) aprobó el 14º Programa General de Trabajo 2025-2028 en mayo de 2024. El principal objetivo estratégico del programa es dar respuesta a la amenaza que supone para la salud mundial el cambio climático. La OMS pretende movilizar todas sus capacidades en materia de promoción de la salud, cobertura sanitaria universal y emergencias. La Conferencia sobre el cambio Climático de las Naciones Unidas de 2023 (COP28) redactó una Declaración sobre el Clima y la Salud que ha firmado España y que introduce un anexo para presentar el Plan Estratégico de Salud y Medio Ambiente (2022-2026). Aun así, dicho plan carece de acciones prácticas en los sistemas asistenciales sometidos a las emergencias climáticas.

En el último año, varios comités de expertos han propuesto medidas concretas para elaborar políticas públicas relacionadas con el binomio cambio climático y salud. Éstas van desde garantizar relaciones de confianza entre los responsables de salud, servicios sociales y emergencias (en todos los niveles de gobierno: municipal, autonómico y estatal), hasta asegurar que los sistemas de información estén orientados para salvar vidas e identificar fuentes fiables de información meteorológica. Pasando por permitir que los registros de salud y servicios sociales estén integrados y disponibles en los tres niveles de gobierno, de manera que las personas desplazadas puedan ser fácilmente rastreadas y atendidas por profesionales distintos a los habituales, o también planes específicos de asistencia sanitaria y social en escenarios de evacuación masiva y durante periodos prolongados.

Los sistemas de salud y de bienestar social están diseñados para un clima que ya no existe. Esperar que los profesionales y los ciudadanos se habitúen a la cascada interminable de traumas colectivos que vivimos es una fantasía. Los procesos de reconstrucción y, sobre todo, de recuperación, que se ponen en marcha tras las catástrofes climáticas como la dana, deben tener en cuenta las salud física y mental y el bienestar social de la población. Asimismo, es preciso la capacitación de los sistemas de salud y servicios sociales. Gobernar apostando por el olvido de la dana o por la aclimatación frente a las futuras desgracias medioambientales resulta irresponsable o, lo que es peor, una actitud sádica. 

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