Opinión

Catedrático Emérito de Mecánica de Fluidos Universidad Politécnica de Valencia

Salvemos nuestros glaciares

Es el lema del día mundial del agua que hoy se celebra y que, de inmediato, suscita una pregunta. Porque aun siendo un glaciar agua congelada, con un ligero movimiento de fondo, su relación con el día mundial del agua no es inmediata, porque en España apenas los hay (una decena en los Pirineos, todos, como los del resto del mundo, en extinción). En general se asocian a regiones específicas como los polos (Ártico y Antártico) o altas cordilleras (Alpes o Andes). Son, además, áreas deshabitadas en las que el agua abunda y, por ello, son ajenas a los problemas más visibles, inundaciones o sequias, que tanto impactan en la calidad de vida del ciudadano. Pero en un mundo globalizado, también climáticamente, la supervivencia de glaciares y la severidad de los eventos extremos, tienen un denominador común, el cambio climático que nadie debiera negar.

En efecto, la publicación Cambio climático, causas y evidencias de las Academias de Ciencias de los USA, lo justifica con mediciones concretas. Como el aumento global de la temperatura (1 ºC desde 1850), del nivel del mar (150 mm en idéntico periodo de tiempo) o, en fin, la concentración de gases de efecto invernadero, desde 320 partes por millón (ppm) en 1960 (antes no hay registros) hasta los 420 ppm de hoy. Y aunque el ciudadano no percibe estas dos últimas variaciones, sí es sensible al cambio térmico. Siente que hoy los inviernos son más suaves y los veranos más cálidos que antes. El cambio climático no sólo es una predicción de los modelos climáticos es, sobre todo, un conjunto de datos reales irrefutable.

Pero, ya se sabe, a río revuelto ganancia de pescadores. Ahí están, durante el COVID, las inmorales comisiones de las mascarillas. No debe extrañar, pues, que la historia se repita y haya gente sin escrúpulos intentando sacar tajada de la crisis climática. Es, además, inmoral porque potencia el negacionismo. También lo es politizarlo. Porque el cambio climático, según el informe Riesgos Globales del Foro Económico Mundial (FEM) de 2025, es, tras la desinformación, el más grave problema de la humanidad. Le antecede la desinformación porque, sin cultura y sin criterio, la sociedad es presa fácil de la información sesgada que circula por las redes sociales, facilitando el miserable objetivo que hoy prioriza la clase política, ganar el relato. Consiste, sencillamente, en convencer a la ciudadanía de que la culpa es “del otro”. Las pérdidas, humanas y económicas (el ejemplo de la DANA es paradigmático), importan menos. Este problema, con la caída en picado de la educación (el nivel universitario es una sombra del que fue) y con la sociedad y los políticos, todos al compás, primando el corto sobre el medio largo plazo, no tiene solución.

Y si a ello se añade que el mundo (y no sólo España) está cada vez más dividido, tal cual también reconoce el citado informe del FEM, el futuro del medio ambiente en general y de los glaciares en particular es muy negro. Porque en este contexto es imposible alcanzar un acuerdo global que prime el interés general sobre el individual. Tampoco ayudan los actuales conflictos bélicos y comerciales que eclipsan los asuntos climáticos. Y así seguirá siendo mientras gobiernen políticos cuyo principal objetivo es mantener el poder a toda costa.

Llegados a este punto conviene preguntarse cómo hemos llegado hasta esta crisis climática. Su inicio coincide con el final de la segunda guerra mundial con un crecimiento económico y poblacional que, en gran medida, ha sido desordenado. Me referiré al poblacional, más fácil de explicar. Entre 1875 y 1950 (periodo de vida de mis abuelos), la población mundial pasó de 1500 a 2500 millones, mientras que al final de los años que me está tocando vivir (1950 a 2025) se han alcanzado los 8200 millones. Es decir, en idéntico intervalo de tiempo (75 años), la población ha aumentado 1000 millones en el primer periodo y casi 6000 millones en el segundo, una cifra estremecedora. Tan deprisa ha crecido que ya en 1968 Garret Hardin escribió el controvertido artículo, La tragedia de los comunes, advirtiendo que el problema poblacional no tiene solución. Poco después, en 1972, un informe del Club de Roma, Los límites del crecimiento, aunque menos apocalíptico, ponía fecha de caducidad, cien años, al colapso anunciado por Hardin.

Según Hardin, para evitar el deterioro medioambiental derivado del crecimiento poblacional y del mayor nivel de vida, era necesario un notable aumento de la moralidad y, obviamente, ese no ha sido el caso. De otro modo se hubiese moderado el formidable consumo energético (con sus emisiones asociadas), el uso generalizado de fertilizantes (había que aumentar la productividad) y, en fin, la contaminación de suelos y masas de agua. Todo junto ha propiciado un formidable deterioro del medio natural y un cambio climático imparable. Por ello, reconducir la situación exige a nuestros decisores unión y responsabilidad y a la sociedad una mayor conciencia ambiental para poder encontrar un punto de equilibrio en el espacio tridimensional (económico, ambiental y social) de la sostenibilidad. Sólo así el lema del día mundial del agua, y todo lo que conlleva, dejará de ser un desiderátum. No parece que se esté en ello. 

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