Opinión
A sangre fría
Existe una responsabilidad en aquello que hacemos, en lo que hablamos y lo que escribimos, porque las tres cosas tienen un impacto en los demás.

José Breton tras escuchar el veredicto del jurado. / E.P.
Esta semana hemos debatido en clase sobre la reciente publicación de un extracto del libro de Luisgé Martín titulado El odio. En este libro, el escritor pretende dar voz a José Bretón, asesino confeso de sus hijos menores Ruth de seis años y José de dos, hace ahora 14 años de aquel horror. La madre de los niños asesinados, Ruth Ortiz, ha denunciado a la editorial Anagrama por intromisión ilegítima del derecho a la intimidad y a la propia imagen de los menores. Como repuesta, la Fiscalía de menores de Barcelona, donde Anagrama tiene su sede, ha pedido la suspensión cautelar de la publicación, que ahora mismo se encuentra a la espera de resolución judicial.
Pregunté a las alumnas (y al único alumno), si consideraban ética la publicación de este libro y respondieron que no de forma unánime, porque no se tenían en cuenta las consecuencias psicológicas y emocionales devastadoras para la madre, ni la doble victimización a la que sería sometida una vez saliera el libro a la luz. Después, pregunté si creían que debía primar el derecho constitucional a la Intimidad de las víctimas, o el derecho a la Libertad de expresión y creación del artículo 20 de la Constitución. De nuevo, las alumnas respondieron que debía primar la intimidad de la víctima por encima de la libertad de expresión porque era lo justo y de sentido común, en este caso. Además, buscamos más argumentos en la existencia del derecho a la reparación del daño a quienes han sufrido la violencia vicaria, que introdujo la Ley de libertad sexual en la ley Integral contra la violencia de género del año 2004. Sin embargo, la editorial Anagrama emitió un comunicado afirmando que “tanto el autor como la editorial están en su derecho de publicar esta obra”. ¿Derecho a hacer daño?
Lo increíble de este asunto es que ni el autor, ni la editorial consultaron o informaron a Ruth Ortiz del proyecto que llevaban entre manos. ¿Por qué? ¿Un negocio demasiado redondo? El hecho de no contar con la opinión de la madre ¿no constituye acaso también una humillación y menosprecio a la que hace referencia el código penal con las víctimas del terrorismo? ¿No ha sufrido bastante?
Lo que me ha hecho hervir la sangre sobre este asunto, no es solo que el autor alegue que lo que pretendía era “comprender la mente del asesino”, como si jugara a ser Truman Capote en A sangre fría, o como si Medea no se hubiera escrito nunca o no se hubieran derramado ríos de tinta sobre el tema del odio y el asesinato de los hijos por parte de uno de los progenitores. Lo que no entiendo de ninguna manera, es que el autor afirme, como si fuera algo normal, que no habló con Ruth Ortiz porque “no quería apartarse de su objetivo”: ¿perdón? ¿cómo dice? ¿Su objetivo? ¿Un fin mercantil justifica los medios?
Por si fuera poco, añade el autor en sus declaraciones a la prensa que ha llegado a “sentir compasión por el asesino” ¿Compasión por el asesino y ninguna compasión por la víctima? ¿Acaso no es digno de compasión el dolor que la publicación de este libro puede suponer, otra vez, para la madre ¿No es esto otra forma de violencia contra una mujer a la que no se le permite rehacer su vida?
Sostengo que existe una responsabilidad en aquello que hacemos, en lo que hablamos y lo que escribimos, porque las tres cosas tienen un impacto en los demás. Defiendo que, que por justicia y humanidad, deberían dejar a Ruth Ortiz en paz y respetar su derecho a recuperar su vida y su persona, si es que puede, después de sufrir lo peor que le puede pasar a un ser humano en la vida. Recordemos que no todo vale: ni en los negocios, ni en la literatura, ni en la vida, a menos que queramos formar parte del mundo de ficción de Victor Hugo y convertirnos en uno de Los Miserables.
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