Opinión | Ágora

Valencia en el New York Times

Citan a Valencia en el periódico más leído de la capital del mundo, en el Times de Nueva York. La recomiendan a sus lectores como una ciudad interesante de ser visitada. La incorpora a las rutas turísticas de la Europa mediterránea; una ciudad a conocer. Pero no siempre fue así. Hace 60 años, el escritor británico Kenneth Tynan, uno de los críticos teatrales más leídos de su época y director del National Theatre londinense de 1963 hasta 1973, la definía como la “capital mundial del antiturismo”. Con su crítica mordaz, en 1968 escribía que le gustaba pasar largas temporadas en Valencia porque “podía vestir como él quisiera” ya que no se iba a encontrar con nadie de la City que le reconociera.

La Editorial Anagrama publicó en 1979 una recopilación de sus ensayos “La pornografía, Valencia, Lenny, Polansky y otros entusiasmos”. Uno de ellos titulado “El observador sensato se sentirá repelido”, resumía críticamente sus impresiones de las temporadas pasadas en Valencia de 1953 a 1968, en especial en los últimos años de la década de los sesenta en plena decadencia de la dictadura franquista. Sostenía la opinión de que Valencia no merecía ningún interés para que figurara en las rutas turísticas. En pleno boom turístico del desarrollismo, Valencia era “una ciudad de paso”. Pero a él le encantaba porque al regresar nadie le preguntaría donde había estado, cuando aún seguía hablándose del Grand Tour victoriano. Era feliz en el anonimato. Escribía en su reconocido ensayo:

¿Qué es la civilización? Según algunas opiniones es un método agradable y apropiado de gozar de los recursos de este planeta que fue perfeccionado entre comienzos del siglo XV y finales del XVII y que ha sido puesto en práctica por los habitantes del cuadrado cuyas esquinas son Atenas, Viena, Londres y Sevilla. Valencia entra en la zona por los pelos. Supongo que es una ciudad demasiado perversa y desagradable a la vista como para llegar a figurar algún día en una ruta turística corriente” (Kennet Tynan, 1968)

Sesenta años después ya no es así, ni el crítico teatral se exhibirá como él quisiera. Valencia ya figura en las rutas turísticas más conocidas; y si en su época alguien paraba, cansado del atasco en la “ruta de los elefantes “para cruzar la ciudad por la avenida de Peris y Valero, en tres horas le bastaba por visitar el centro histórico y poco más. En cambio, hoy necesita hacer noche y con 24 horas seguidas no le basta. La ruta que dibuja el cauce del viejo Turia le lleva por el Ágora, la Ciudad de las Artes y las Ciencias, el Palau de la Ópera, el Palau del a Música, el San Pio V, el IVAM, el Palacio de Congresos, los museos municipales, la pinacoteca de la Fundación Hortensia Herrero, la ciudad vieja agradable de ser paseada, a la Lonja y a San Nicolás, a Ruzafa y al Cabañal, el largo paseo marítimo con su oferta gastronómica, al mercado Central y al de Colon…y años antes, hubieran asistido a la competición de la América´s Cup, por ejemplo. Tendría mucho que contar Kennet Tynan en el rancio ambiente londinense.

Y es que Valencia se ha puesto de moda. Así se lee en el New York Times. Para los estudiantes que cursan el programa Erasmus, para los cruceristas que gastan poco, para jubilados europeos, para argentinos, ucranianos, rusos y rumanos que fijan su residencia en la ciudad. Es el resultado de una de las apuestas por la transformación de Valencia a través de la exportación de servicios turísticos salida de la Cumbre Empresarial de la confederación empresarial valenciana (CIERVAL) que organizó Pedro Agramunt Font de Mora en 1990 en la ciudad de Orihuela, su presidente y senador por el PPCV durante años. Una apuesta materializada entre 1996 y 2011 en ese circuito que discurre por el Jardín del Turia, cruza la ciudad y termina en el balcón marítimo con “Veles i Vents”. En aquellos años ya se hablaba de una de las consecuencias con inequívoco alcance social. Se trataba del “efecto desplazamiento” sobre sus habitantes, del centro a la periferia de la ciudad. El mismo efecto que se vivía, y vive, en Londres, Paris, Roma, Barcelona o Berlín. Hoteles, pisos turísticos, restaurantes, encarecimiento de alquileres y bienes inmobiliarios, deterioro del mobiliario urbano y del transporte público. Era necesario prever ese desplazamiento de los barrios céntricos a la periferia con la oferta de nuevos hábitats y la construcción de viviendas con una oferta limitada de terreno por la huerta circundante. Del Eixample, del Pla del Real o de la Xerea, a Benimaclet, Blasco Ibáñez o Avenida de Francia…Y de ahí, por su encarecimiento, a los pueblos del Área Metropolitana, o a más de 50 km de la plaza del Ayuntamiento en el Camp del Turia, la Hoya de Buñol o en el Camp de Morvedre.

Se planificó entonces, pero entre 2015 y 2023 se hizo más bien poco. Había que denostar el pasado, condenarlo al ostracismo. No encajaba con los prejuicios de El Rialto o del Botánic, hasta que se redescubrió el potencial de la Ciudad antes de la Covid-19; pero ya era tarde. En ocho años muy poco se construyó en nuevas viviendas, ni se actualizó la oferta con nuevos proyectos, o se limpió la ciudad. Los fondos de inversión en activos inmobiliarios anticiparon el potencial turístico; compraron, invierten y aceleran ese efecto desplazamiento.

En la primavera de 2023 cambiaron las tornas. Ahora hay que parar esa fuga obligada por una oferta de servicios turísticos que generan empleo, negocio, riqueza y un nuevo “patriciado” urbano. La oferta necesita ser regulada, ponerle freno al crecimiento ilegal de pisos turísticas, actualizar los grandes proyectos, especialmente museísticos, y enfrentarse a la escasez de vivienda. Una escasez que se ha convertido en un problema social, especialmente para los jóvenes y mayores. Una ciudad que en el Renacimiento fue diseñada por urbanistas italianos, estimada por los Borgia, por Sorolla y Blasco Ibáñez, por los Trenor, y si bien quedo “fuera de la civilización” según Kenent Tynan, hoy brilla de nuevo con luz propia. Cuidémosla.n

Tracking Pixel Contents