Opinión | Obituario | Rafael Simón
Un hombre cabal

Rafael Simón en una imagen tomada en el año 2022 / Pilar Cortés
No era un hombre fácil. Era un hombre que imponía. Para quien lo viera por primera vez, imponía su elegancia. Era el tipo más elegante que podías encontrar en Alicante, tan descuidada siempre la ciudad y tan descuidados habitualmente sus habitantes. Una elegancia nada afectada, pero mimada hasta el más mínimo de los detalles y que mantuvo incluso cuando su enfermedad reclamaba pasar a mayores comodidades. Para cualquier desavisado era una elegancia fuera de tiempo. Para todo el que fuera capaz de reparar en los detalles, no podía ser más actual. Pero ese cuidado en el vestir no pretendía ser una barrera contra nadie, sino que era un gesto de respeto: por los demás y por él mismo. Rafa Simón no pisó la calle ni un solo día de su vida sin corbata si el día era laborable. «Estoy preparado, podéis contar conmigo», era lo que decían esas corbatas, en perfecta combinación con la camisa, el traje, los gemelos y los zapatos. No era presunción, aunque fuera presumido: era un mensaje.
Esa, la del porte elegante, era la primera impresión. Mas lo que de verdad imponía luego eran la amplitud de sus conocimientos, su vasta cultura, su erudición, su inteligencia, que brillaba sobre todo a la hora del análisis y de la relación de unos hechos con otros hasta extraer las más agudas de las conclusiones. Las exponía de forma contundente y ese era otro de los rasgos de su carácter que, para los que lo conocimos bien, más llamaba la atención. Aparentemente, Rafa Simón poseía siempre una opinión clara y firme sobre todas las cosas y eso podía apabullar a quien no tuviera un pensamiento mínimamente elaborado sobre aquello de lo que quería hablar. Y sin embargo, la realidad es que era un hombre que dudaba de todo, porque sabía que a la verdad sólo se llega poniendo cada acto, e incluso a ti mismo, en cuestión. Por eso, contra lo que pudiera parecer, siempre escuchaba a su interlocutor, por torpe que este fuera.
Pero la condición que mejor definía a Rafael Simón no es ninguna de las anteriores. Ni la elegancia, ni la inteligencia, ni la erudición, ni la capacidad de análisis. Por sobre todo, Rafael Simón era un hombre cabal, en toda la extensión que el diccionario de la Real Academia ofrece. Íntegro. Leal con los demás, para serlo consigo mismo. Fue un abogado excelente, que se ganó el respeto en todos los campos a los que se dedicó, tanto en el bufete que compartió durante años con el también letrado Ramón García, como antes, mientras ejerció como abogado jefe de Banesto en los años dorados de ese banco, que abandonó cuando desembarcó en él Mario Conde, y luego, durante la dilatada etapa en que estuvo al frente de la asesoría jurídica de Prensa Ibérica en algunas de sus cabeceras más importantes y, finalmente, en su condición de secretario general de la Fundación Mediterráneo.
En estos dos últimos cometidos fue, quizá, en los que más satisfacciones profesionales obtuvo. Como asesor de Prensa Ibérica, Rafael Simón fue un adalid en la defensa de la libertad de expresión contra todos aquellos poderes que pretenden asfixiarla. Y fue pieza clave en la defensa de este grupo periodístico frente a los ataques que sufrió por parte del poder político y a los que supo resistir. Como secretario general de la Fundación Mediterráneo, formando tándem con los presidentes Matías Pérez Such y en la última y provechosa etapa con Luis Boyer, no es vano decir que su contribución como jurista fue decisiva para que la Fundación no desapareciera y sea hoy un motor de la vida cultural alicantina. Baste decir una cosa: hasta la llegada de Rafael Simón, la Fundación perdía todos los casos que estaban pendientes en los juzgados como consecuencia de la quiebra de la CAM; con su incorporación, pasó a ganarlos todos.
Yo tampoco perdí, en los doce años en que estuve al frente de INFORMACIÓN, ninguno de los juicios a los que tuve que ir en virtud de mi cargo. Ni Toni Cabot, mi sucesor, ni Paco Esquivel, quien me dio la vez. No es casual que en la hora de su partida, tres periodistas que hemos dirigido el periódico escribamos de su figura con admiración. Siempre estuvimos respaldados por él, tanto a la hora del consejo como a la de comparecer ante un magistrado. Siempre estaremos agradecidos por ello a quien ahora nos ha dejado.
Rafa era un hombre poliédrico. Refractario a cualquier ataque contra la libertad, opositor feroz a cualquier autoritarismo, viniera de la izquierda radical o de la derecha extrema. Duro en sus juicios sobre cualquier comportamiento que derivara hacia el caudillismo. Pero porque era un demócrata convencido, pese a ser plenamente consciente de los defectos que la democracia tiene y las amenazas que padece. Valga el tópico, porque en este caso es cierto: va a dejar un gran vacío en sus amigos. Y por supuesto en su familia: su mujer, Charo; sus hijos, Rafa y Manuel; sus nueras, Azahara y Cayetana; sus hermanos y, sobre todo, sus nietos. Ellos descubrieron el último tesoro que él guardaba: el de una ternura tan inesperada como conmovedora.
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