Opinión

Profesor de la Facultat de Magisteri de la UV

Hace falta tan poco

España monopoliza la mitad del crecimiento europeo son gracias a aquella reforma laboral, las subidas del salario mínimo, etc

Una votación en el pleno del Congreso de los Diputados.

Una votación en el pleno del Congreso de los Diputados. / E.P.

Fue una de esas mañanas de primavera en las que la belleza espontánea de la tierra valenciana lo lleva a uno, sin quererlo, al engaño de pensar que el mundo no funciona tan mal, que en realidad no vamos por mal camino, que no se halla tan lejano el ideal. Falsedades todas ellas, claro, pero que no están exentas de una pizca de verdad; al menos, de verdad sobre la vida, porque la vida también es engaño y falsedad y existen tierras, como por ejemplo Palestina, donde, siendo como era una de las regiones del mundo (por su clima y geografía) más parecidas a la nuestra, ahora uno ya no puede permitirse ni esos instantes de engaño. El infierno ahí se solapa plenamente con la tierra.

Tenía que recoger un paquete en un comercio que abría a las 9, así que, cuando emprendí la marcha al trabajo, el sol ya brillaba, beatífico, sobre todos los seres. Hombres y mujeres, niñas y niños, jóvenes y viejos, trabajadores y parados y gente jubilada… todos ellos caminaban, charlaban, corrían, almorzaban o, como yo, pedaleaban por un mundo en flor. Todos iban a algún sitio, pero a la vez estaban justo donde debían estar. Ocupan su lugar. A esa sensación, filósofos, poetas y místicos de todas las épocas la han llamado lo inefable. Las hojas refulgían pese al frío mientras yo transitaba por el carril bici que rodeaba el parque.

Durante el trayecto al trabajo, me vinieron a la mente las palabras de quien fuera uno de los intelectuales orgánicos del activismo de los años sesenta en los Estados Unidos de América (otro país, éste, donde uno ya no se puede engañar). Decía Paul Goodman que “por un poco de hierba verde y ríos limpios, por unos chiquillos que tengan ojos alegres y un color saludable, sea cual sea su color; por gente a salvo de ser empujada y atosigada de un lado a otro, para que pueda ser ella misma; por unas pocas cosas como éstas, estoy preparado a sacrificar todas las demás ventajas políticas, económicas y tecnológicas”. He aquí un hombre que supo identificar las prioridades en aquello que en la vida valía la pena.

Así que sigamos su ejemplo. Esa nueva ley, esa medida, incluso ese partido político… ¿permitirá que los niños tengan infancias más felices? ¿Ayudará a que se alimenten un poco mejor, que cuenten a su alrededor con adultos más comprensivos y amables? ¿Facilitará que ese hombre o esa mujer pueda pasar un poco más de tiempo de calidad con sus amigos, con su familia? ¿Hará más fácil que la gente no pase frío en invierno y tenga un lugar protegido en el que resguardarse en el verano más tórrido? ¿Dará al trabajador y la trabajadora ese poco de seguridad que necesita para no tener que aceptar condiciones indignas? ¿Estarán ahí la policía, la maestra y el médico cuando (pero sólo cuando) se les necesita? ¿Permitirá que el joven pueda compartir piso, sin agobios, durante algunos años para plantearse, después, un proyecto de vida a medio plazo cuando consolide su posición en el mercado laboral?

“El fin de la política”, dejó escrito Paul Goodman, “no es producir una buena sociedad, sino una tolerable”. De ahí que, para él, las mejores soluciones no fuesen “habitualmente globales, sino un poquito de esto y un poco de lo otro”. No hacían falta grandes revoluciones. Al fin y al cabo, él no pedía la Luna (ni mucho menos Marte). Hacía falta tan poco…

Uno llega a la misma conclusión cuando estudia la historia de los Estados Unidos de América y descubre que los gloriosos años de la posguerra, entre la década de los cuarenta y la de los sesenta, cuando se produjo la mayor compresión de la desigualdad en occidente, se fundamentaron en unos consensos que en modo alguno fueron revolucionarios, radicales, ni impulsados por la extrema izquierda. El historiador Thomas Ferguson ha demostrado que, lejos de tener como principal soporte al movimiento obrero, el orden del New Deal se forjó en un pacto con industrias de capital intensivo, bancos de inversión y bancos de comercio internacional. Bastó con que estas tres ramas apostasen por fomentar la demanda agregada mediante salarios altos, el crecimiento y el pleno empleo para que, pese a todas sus limitaciones (que las hubo), se iniciase el periodo de mayor prosperidad y con las sociedades más igualitarias de la historia.

Pero tal vez no hace falta irse tan lejos. La razón de que hoy España monopolice la mitad del crecimiento europeo son las medidas que aprobó el gobierno progresista durante la pasada legislatura. En ese sentido, pese a todos sus problemas, España es todavía vivible (cuando lo es) gracias a aquella reforma laboral, aquellas subidas del salario mínimo, aquellos permisos de maternidad y paternidad, aquel escudo social, etc.

Sí, hace falta tan poco… Por eso maldigo a aquellos que, queriéndolo todo, luchan para que carezcamos incluso de lo poco que necesitamos para hacer nuestras vidas tolerables y provistas, alguna mañana, de momentos gozosos.

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