Opinión | Tres en línea
La cruda realidad

La cruda realidad
Advertía el maestro Miguel Ángel Aguilar contra el peligro de que la actualidad nos impida ver la realidad. En los últimos días hemos asistido a un episodio ilustrativo de ese riesgo. La ofensiva desatada por el president Mazón tras su pacto con Abascal para sacar adelante los presupuestos de la Generalitat con los votos de Vox ha sido interpretada poco menos que como su resurrección política. Replicando el lenguaje altanero que el jefe del Consell sigue usando a pesar de todos los consejos que ha recibido para que emplee un tono de mayor humildad ante la dimensión de lo que pasó y la magnitud de lo que queda por delante, Mazón tiene lo que hay que tener, unos presupuestos, mientras Pedro Sánchez carece de ellos.
Esa es la actualidad, y es evidente que insufla aire al deteriorado liderazgo del president. Pero la realidad es que el jefe del Consell sigue sin poder actuar como tal, ni social ni políticamente, en su propia comunidad. Sigue sin poder reunir institucionalmente a las víctimas, con las que ha empezado a programar encuentros «discretos» cinco meses después, en los que una de las principales asociaciones de damnificados ya le ha pedido sin ambages que dimita tras reconocerles que todo funcionó mal el día de la Gran Riada. Sigue sin tener tampoco agenda digna de tal nombre ni en la Comunitat Valenciana ni, lo que sería más importante en este trance, fuera de ella. Sigue sin tener el discurso propositivo que se espera de un gobernante, y más en una situación como la que vivimos. Sigue sin tener la autonomía que merece la presidencia de la Generalitat, tomada por el partido que menos votos obtuvo en las pasadas elecciones de los cuatro que están representados en el Parlamento, cuyo discurso trumpista no le ha quedado más remedio que asumir. Sigue pendiente de la justicia, no sólo por lo que él hizo el 29O sino sobre todo por lo que su gobierno no hizo. Sigue colgado de la brocha de lo que resuelva en Madrid el PP, que de momento ha decidido suspender el congreso regional que correspondía en fechas próximas por no ratificarlo. Y siguen habiendo 228 muertos y miles de perjudicados que no saben aún lo que ese día pasó con el hombre que gobernaba el territorio, en cuya agenda continúan inexplicadas tres horas clave. Esa es la realidad, al margen de la actualidad. Y si esto es la «resurrección» no quiero ni imaginarme cómo será el final.
El jefe del Consell sigue sin poder actuar como tal, ni social ni políticamente, en su propia comunidad. Sigue sin poder reunir institucionalmente a las víctimas, con las que ha empezado a programar encuentros «discretos» cinco meses después, en los que una de las principales asociaciones de damnificados ya le ha pedido sin ambages que dimita tras reconocerles que todo funcionó mal el día de la Gran Riada. Sigue sin tener tampoco agenda digna de tal nombre ni en la Comunitat Valenciana ni, lo que sería más importante en este trance, fuera de ella.
Contra lo que la cúpula popular ha sostenido desde el primer día, Mazón siempre defendió que su precipitado acuerdo con Vox para ser investido presidente no fue lo que impidió a Feijóo llegar a La Moncloa en los comicios generales que Pedro Sánchez convocó de inmediato. La tesis del jefe del Consell fue y es que Feijóo se quedó corto en sus resultados precisamente por lo contrario, por asumir el discurso de la izquierda de que pactar con la ultraderecha era una línea roja, llevando a su electorado a la confusión.
El nuevo matrimonio forzado en la Comunitat Valenciana por Carlos Mazón y Santiago Abascal abunda en esa línea, pero con matices sustanciales. El primero, que Mazón ha pasado, de ser el que dirigía la orquesta en el pacto original, a convertirse, en este segundo, en el rehén de Vox. Ya no es él el que lleva la batuta, es Vox quien tiene la iniciativa y las manos libres, porque prefiere exprimirlo pero tampoco le importaría ir a elecciones. El segundo matiz que lo cambia todo es que esta vez Alberto Núñez Feijóo se ha rendido a los acontecimientos y no ha encontrado otra salida que la de asumir como propia la estrategia, aunque no lo sea, y replicarla a los cuatro vientos. A la fuerza ahorcan: ni podía descalificar a Mazón cuando proclamó su conversión voxista ni podía quedar como el desairado. Pero ningún partido liberal o conservador que se haya acercado a la extrema derecha y asumido su discurso ha salido bien parado nunca, en ningún sitio, de la experiencia. Ya me contarán cuál es el negocio para Feijóo de alimentar al mismo tiempo las estrategias de Sánchez y de Abascal. Mazón tiene presupuestos. Y Feijóo puede afearle a Sánchez que él no los tenga. Pero ambos están hoy en el mismo laberinto que ayer. O peor.
Vivimos instalados en una permanente excepcionalidad, en la que hasta la próxima cita festiva en la Comunitat Valenciana, la romería de la Santa Faz en Alicante, donde históricamente los presidentes de la Generalitat encabezan una marcha de más de cien mil personas y que este año coincide con el Primero de Mayo, se convierte en un desafío político e incluso de seguridad de primer orden, como se acaba de ver en Castellón. Y aunque no puede consentirse esta escalada de incidentes callejeros que tiene que cesar, es la sociedad de esta comunidad la que sufre la anomalía que supone no poder tener ni siquiera la fiesta en paz.
La cuestión no es si Mazón vuela más alto o más bajo. El problema es en qué situación está la autonomía que gobierna y en qué lugar nos deja eso a todos. En un entorno cada vez más competitivo e inestable, donde la capacidad de atracción y los incentivos al desarrollo son, junto con la resiliencia, la clave, ¿con quién se mide ahora la Comunitat Valenciana? Con Madrid, Cataluña o Andalucía es obvio que no, pero aún podríamos consolarnos recordando que siempre nos han superado en los rankings, o de población o de riqueza. ¿Pero podemos medirnos con Euskadi, con Galicia, con Murcia incluso? Tampoco.
La cuestión no es si Mazón vuela más alto o más bajo. El problema es en qué situación está la autonomía que gobierna y en qué lugar nos deja eso a todos
La Comunitat se ha caído. ¿Se está haciendo lo que necesita para alzarse de nuevo? Frente a la catástrofe de la DANA sólo cabía convocarnos a todos a renacer, más que a reparar. Pero no se escucha ningún discurso en ese sentido en boca del presidente de la Generalitat. No se ven planes que imaginen otro futuro, ni se conoce que se trabaje en nada que no sea el día a día, donde sólo hay ruido y furia. Antes al contrario, se suceden los episodios de degradación institucional. El último, el de dejar fuera de la Mesa de las Corts al principal partido de la oposición por primera vez en 40 años. La excusa de que los socialistas no se avienen a pactar la renovación de otros órganos de la Comunitat sólo sirve para devaluar aún más al Parlamento, poniendo la sede de la soberanía popular, la separación de poderes y el control del Ejecutivo al mismo nivel que el Consejo Valenciano de Cultura o el de À Punt. El president lo puede hacer, porque gracias a su alianza con la ultraderecha tiene los votos. Pero la democracia no es un sistema sólo de votos, sino de gobierno de la mayoría con respeto a las minorías. No sé si Mazón ha leído «Cómo mueren las democracias», pero se está saltando todos los guardarraíles que la protegen.
Tampoco sé si el diputado José Ramón González de Zárate, el que llamó esta semana en las Corts a la secretaria general del PSPV, Diana Morant, caniche y a la delegada del Gobierno, Pilar Bernabé, ratonera, que es otra raza de perros, ha leído a Heinrich Böll y su ácida descripción de la Alemania de postguerra «Opiniones de un payaso». Lo único seguro es que se quedó con el título.
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