Opinión

Periodista y escritor

Asesinos en la literatura

¿No somos libres para comprar o no comprar, para leer o no leer El odio?

¿Estará prohibido de ahora en adelante todo reportaje que recuerde aquel espeluznante crimen? 

El escritor Luisgé Martín, portada del libro retirado 'El odio' y José Bretón.

El escritor Luisgé Martín, portada del libro retirado 'El odio' y José Bretón. / L-EMV

Ha querido el azar que la polémica sobre la publicación del libro El odio haya coincidido, en mi caso, con la lectura de una crónica sobre los criminales de las guerras balcánicas escrito por Slavenka Drakulic. El libro-reportaje de esta autora croata recorre horribles barbaridades cometidas por unos asesinos que fueron juzgados y condenados por el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia. Se trata, pues, de un relato estremecedor que nos acerca a la psicología de esos criminales a partir de las sesiones de los juicios que Drakulic siguió día a día. Quizá este ensayo, elocuentemente titulado No matarían ni una mosca (Libros del KO), revele más claves sobre esos perturbados que los estudios de psicología forense o los informes policiales. Estos criminales balcánicos, hombres en su inmensa mayoría, fueron acusados de asesinatos, violaciones o torturas, en ocasiones de una crueldad muy difícil de imaginar. Sus víctimas incluyeron por supuesto a varones, mujeres, niños o ancianos y en sus terribles páginas la escritora croata se pregunta si eran monstruos patológicos o gente corriente alterada por unos u otros motivos. O ambas cosas a la vez. De hecho en la guerra de Bosnia, francotiradores serbios agazapados en las colinas que rodean Sarajevo cruzaban apuestas para ver quién mataba más niños porque eran un blanco más difícil de alcanzar. Pero increíblemente esos mismos desalmados solían recoger a sus hijos del colegio antes de emprender su siniestra labor y los rodeaban de caricias y atenciones. Algunos reportajes periodísticos dieron testimonio de ese inverosímil desdoblamiento de personalidad.

Así las cosas, ¿deberían prohibirse los libros que pueden provocar un enorme daño a los familiares de víctimas de asesinatos? ¿Puede el dolor de una madre, como Ruth Ortiz, víctima de una terrible violencia vicaria, impedir que se publique una obra como El odio que pretende desvelar los misterios que se esconden en la mente de un asesino tan repugnante como José Bretón que mató y quemó a sus dos hijos pequeños? Tanto escritores como periodistas, abogadas o sociólogas, psiquiatras como políticos, han intentado contestar a estas preguntas en las últimas semanas en una inmensa polémica que ha dividido al país entero. En ese brutal choque entre la libertad de expresión y el derecho a la imagen y memoria de los niños asesinados han surgido opiniones para todos los gustos, así como insultos a diestros y siniestro en una dirección o en otra. Al final lo que ha quedado, de momento, es que la editorial Anagrama ha decidido por prudencia suspender de forma indefinida la publicación de El odio. Entretanto su autor, Luisgé Martín, tiene que soportar una avalancha de improperios por haber entrevistado a un asesino sin dar opción de contraste a la víctima. Es muy probable que esta carencia haya sido un gravísimo error por su parte, pero se trata de una elección del escritor, como ya hicieran antes otros autores que se adentraron en los abismos de unos asesinos. Ahora bien, ¿justifican estos errores la censura? ¿No somos libres para comprar o no comprar, para leer o no leer El odio? ¿Estará prohibido de ahora en adelante todo reportaje que recuerde aquel espeluznante crimen? ¿No valdría la pena pensar que conocer a los asesinos podría servirnos para evitar futuros crímenes y construir una sociedad más humana y justa? 

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