Opinión | En el barro

València

La universidad tiene ‘clases’

Lo preocupante en el debate sobre las universidades es la brecha de clase abierta para poder completar el ciclo formativo

Jóvenes en una plaza de València.

Jóvenes en una plaza de València. / JM López

Me gusta el sonido de las gotas de lluvia en los cristales. Me gusta la sensación de cobijo a este lado. Fuera hace frío. Mejor contemplar las esferas que resbalan suaves y las ramas de los árboles azotando las nubes oscuras. Mejor que la intemperie. En el parque, un grupo de adolescentes soporta el agua entre botellas y unas cajas de pizza que mañana seguirán donde ahora. Siempre es así. El sonido de sus gritos sobrepasa los vidrios. Siempre es así. Me cuesta empatizar con esta nube de uniforme negro y peinado homogéneo que lleva anexo un patinete a sus piernas. Me parecen lejanos, pero no son tan diferentes al que fui. Es solo el tiempo el que distorsiona. Entonces eran ciclomotores. Eran otros pelos, otras ropas, pero el mismo afán por parecerse, por aliviar complejos en el sentido de grupo. Entonces las locuras eran parecidas, aunque los años hayan difuminado hechos que no acabaron en tragedia porque la fortuna no quiso. 

Nostalgia mal entendida lleva a pensar que aquellos estudiantes estaban (estábamos) más preparados. No lo creo. No es lo que he visto cuando he tenido que entrar en un instituto o en una facultad. No es lo que cuentan los amigos que llevan una vida en un aula universitaria. Malos y buenos siempre los hay. Como interesados y comprometidos y perezosos y pasotas. 

Esta semana ha saltado el debate de la universidad privada. No tengo conocimientos para sentar cátedra. Tampoco sobre esto. Es una evidencia que hoy se ha consolidado un recorrido educativo privado que va del parvulario al último posgrado. No me parece mal. La libertad también era esto. Me gusta más la mezcla casi inevitable en las aulas universitarias de antes: públicas, gigantescas, frías, con mobiliario ajado. Creo que ha habido un interés clasista y neoliberal por forjar espacios de formación superior más ‘limpios’ en todos los sentidos, focalizados en la emisión de títulos y alejados de la conciencia crítica que suelen desprender los aularios públicos.

Sospecho que ese trasfondo, también ideológico porque se trata de formar futuros ciudadanos (y votantes), está ahí, pero no me parece lo más inquietante en este debate. Lo preocupante (insisto, es la mirada de alguien lejos de despachos y cátedras) es la brecha de clase que se ha abierto los últimos años en los estudios superiores. El gran logro de mis años de facultad fue la democratización. Muchos de los que nos juntamos éramos los primeros en acceder a una educación vedada a nuestros padres, abuelos y bisabuelos. Hoy los másteres, muchos de ellos «habilitantes» (¡vaya palabra!), son una barrera en muchos casos también en la universidad pública, con precios de algunos miles de euros que no están al alcance de todos. Y algunas de estas especializaciones se concentran además en la parte privada, con mayor precio, obviamente. 

Hoy los másteres, muchos de ellos «habilitantes», son una barrera en muchos casos también en la universidad pública

Más que la existencia de universidades privadas más o menos buenas, lo preocupante es que ya el más del 50 % de los alumnos de másteres están en este ámbito privado, dato que no se da al iniciar la formación superior. Indica que hay abandono de jóvenes en la pública por ese sesgo económico y que hay tipologías profesionales donde la privada domina la oferta. Indica una carencia de soluciones públicas (gubernamentales) para garantizar el ciclo completo a los que menos tienen. Debería preocupar. 

Las universidades públicas de hoy no son las de los años sesenta del siglo pasado. Por suerte, el tiempo es otro. La libertad también era esto. Ni siquiera son como las de los ochenta y noventa, un fortín del progresismo político y un foco de resistencia, como vivió en sus carnes Eduardo Zaplana. Aquellas en las que un rector estuvo a un paso de ser el candidato de unidad de la izquierda valenciana. Los tiempos son otros, claro, pero la libertad de cátedra resiste como bien inexpugnable. No quiere decir que no haya presiones por un paisaje universitario más favorable (al menos, cómodo) para los intereses de los gobernantes. Ahí está el conflicto reciente de Carlos Mazón con la Universidad de Alicante por los estudios de Medicina.

No es nuevo ni exclusivo. Que la educación es pieza observada con lupa como moldeadora de las sociedades que vienen (y los votantes que vienen) se ve fácil en Estados Unidos, donde Donald Trump pone empeños en domar las universidades políticamente más activas, como la de Columbia, asediada por recortes. O la de Harvard. No parece casual que sean algunas de las más selectas y creadoras de élites.  

Ese fondo modelador de las sociedades que vienen (y los votantes) está también en la consulta sobre la lengua

Ese fondo modelador de las sociedades que vienen (y los votantes) está también en la consulta sobre la lengua base de los alumnos valencianos. No es solo libertad, es abrir cauces a un modelo social (e ideológico) determinado, aunque no le llamen adoctrinamiento.

Cada mañana, camino del trabajo, paso por un colegio público. Desde hace semanas, la entrada ha estado flanqueada por dos pintadas: «Mazón dimissió» y «Sí al valencià». Eran los mensajes con los que nos desayunábamos viandantes, niños y padres. Un poso que cala, como la lluvia que resbala sobre los cristales hasta regar la tierra roja. Este viernes, dos operarios de limpieza pintaban con gris sucio los escritos. Mensajes borrados. Las conciencias no se borran

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