Opinión | No hagan olas
Barras, estrellas y mercados
Las reglas del juego –rules– están cambiando y las respuestas, como cantaba Bob Dylan, se encuentran en el viento que sopla. Las generaciones nacidas tras la II Guerra Mundial observan con asombro las noticias e imágenes que proceden de Washington. La sociedad abierta que propugnaron los grandes liberales parece cerrarse. Hay inquietud, y la única certeza es que un terremoto político y económico sacude Occidente para contagiar al mundo entero. Por primera vez en muchos años, conservadores y socialdemócratas de Europa, o lo que es lo mismo, la derecha y la izquierda moderadas del Viejo Continente, llevan camino de sellar la nueva alianza contra un rival común, el antiguo amigo americano.
Recapitulemos. ¿Estamos delante de una guerra comercial, o también de un cambio de paradigma ideológico, preámbulo de una batalla de civilizaciones? Con sinceridad, no lo sé. Lo que se transmite a través de los medios de comunicación y las tormentosas redes sociales es una continua puesta en escena del presidente Donald Trump y los miembros de su administración en la que se combinan múltiples ideas expuestas mediante discursos muy teatralizados.
Comentaristas de la prensa escrita analizan este renovado trumpismo como una especie de cruzada a la que se han sumado diferentes familias ideológicas e intereses económicos, en ocasiones abiertamente contradictorios. La macedonia incluye a extremistas disfrazados de búfalo con telepredicadores, antiguos rivales republicanos con los sectores ultramontanos del tea party, los white trash con obreros desclasados por los cierres industriales, latinos integrados temerosos de las nuevas oleadas migrantes junto a poderosos tecno-multimillonarios, plutócratas, neopatriotas y teóricos de un nuevo orden extremo como la fundación Heritage.
Tengamos en cuenta, de igual modo, que la norteamericana lleva décadas construyéndose como una sociedad del espectáculo. Sin show no hay nada que hacer. Y los negocios de Trump, mayormente inmobiliarios, le dieron para convertirse en un avezado comentarista televisivo –tertuliano, lo llamamos aquí–, dueño de su propio canal de entretenimiento. A escala infinitamente mayor, podría recordar el camino al éxito mediático de un joven profesor español de ciencias políticas, curtido en el debate de alta tensión retórica en las televisiones.
En cualquier caso, más allá de la palabrería y las bravatas, ya tenemos aquí anuncios tangibles: los aranceles, las tarifas recíprocas como las han bautizado en USA. Y la fórmula es bien sencilla. Se entiende: Entre algunas élites norteamericanas cunde la idea de que Europa les estafa, dado que el déficit comercial de los Estados Unidos con sus aliados del otro lado del Atlántico asciende a más de 230.000 millones de dólares anuales –con China, el déficit es todavía mayor, casi 300.000 millones. Se trata de recaudar por vía de estas nuevas tasas ese déficit para compensarlo, frente a una Unión Europea plagada de supuestas trabas reguladoras o una industria china que se sustenta en costes bajos sin apenas derechos laborales.
Hay que añadir a estas cifras el gigantesco gasto en defensa de los EEUU, con crecimientos anuales superiores al 8%, cerca de una quinta parte de todo el presupuesto federal del país. Además, consideremos la enorme deuda pública norteamericana, ya muy superior a los 25 billones de dólares, más del 123% de su PIB. Y crece desde hace un lustro a cerca de 2 billones más por año. Empezamos a comprender algunas ideas por más que parezcan peregrinas a primera vista.
En esa coctelera en estado de agitación que son los actuales USA deberíamos incluir que sigue siendo el país más rico del planeta, el más armado claro está, el que domina la industria tecnológica y la del ocio, o el que más invertía en investigación avanzada hasta los recortes del serrucho de Elon Musk pero que, en cambio, arrastra los mayores diferenciales sociales por la falta de políticas públicas igualitaristas y por la configuración de una demografía variopinta e interracial, fruto precisamente de las permanentes oleadas de emigración que le han caracterizado.
Bueno es conocer también la figura del actual secretario de Comercio del gabinete norteamericano, un nuevo multimillonario, Howard Lutnick, cuyo perfil de wikipedia resulta de lo más interesante –huérfano de profesor de historia y artista, protagonista trágico y al mismo tiempo superviviente casual del atentado en las Torres Gemelas–, neoyorquino como Trump, parece uno de esos personajes de películas como el Lobo de Wall Street o Billions. Lutnick es el encargado del frente arancelario, y según ha reiterado en diversas ocasiones añora la época de finales del siglo XIX cuando los Estados Unidos «crecieron como nunca» gracias a las tasas contra el libre comercio, una etapa en la que los ingresos públicos provenían de las aduanas y no de los impuestos sobre las rentas. Solo falta que los norteamericanos se vayan de la OMC. Lutnick representa la antítesis del vicepresidente James D. Vance, cuya autobiografía, convertida en película, Hillbilly, una elegía rural, es un monumento a la tristeza y la desestructura de la América más profunda.
Vamos sabiendo cosas. Existe una serie de empresarios valencianos que barruntan problemas serios para sus exportaciones al país norteamericano. Algunas bodegas importantes, compañías de componentes electrónicos, marcas alicantinas del sector del calzado… Dicen los expertos que la Ford de Almussafes no corre peligro, pero el parque de empresas que le rodea ya ha mostrado síntomas de preocupación. El conjunto industrial de la Ribera representa el 1% del PIB español, y es líder en exportaciones además de ser el epicentro que más empleo regional sostiene, 60.000 puestos de trabajo directos. Estamos a la espera. Se hace más necesario que nunca mantener la calma, fomentar redes de comprensión y unión para enfrentarse a lo que ha de venir. No es momento de voceros y populistas, de discursos facilones y demagógicos como los que hemos oído a Ione Belarra o Santiago Abascal.
El rearme militar que se nos está proponiendo no puede tampoco ser un cheque en blanco como ha defendido en plena senectud el filósofo postmarxista Jürgen Habermas. La democracia liberal europea no solo ha de defenderse por sí misma, apoyar a los países del espacio del Este –la cuestión ucraniana es más compleja, toda una madeja cuántica–, igualmente debe resolver con sentido común y de una vez los muchos y diversos problemas cronificados del sistema: una clase política sin valor añadido ni tecnificación para dar respuesta a problemas cada vez más complejos, un sistema de pensiones y de control de las migraciones en crisis, la imposición del pensamiento radical en materia de grupos minoritarios, los excesos fiscales y a su vez coexistiendo con paraísos sin impuestos, el especulativo mercado de la vivienda, la agenda verde sin alternativas y otros temas que enturbian el sentimiento de pertenencia de los jóvenes a este proyecto, la democracia, el menos malo que conozco como señaló Winston Churchill. Mientras tanto, las bolsas caen, pero algunos valores resisten, como Coca Cola.
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