Opinión

Adolescencia invisible

Una de las escenas de 'Adolescencia'

Una de las escenas de 'Adolescencia' / Ben Blackal / Netflix / EFE

Una de las tareas más importantes de la sabiduría clásica es saber discernir la paja de lo importante. En un mundo saturado de información como el que vivimos se torna en una tarea más necesaria y urgente que nunca. Abocados al espejo y al teatro de la actualidad veremos que sólo se habla de la posible guerra en el corazón de Europa, de rearmes o de kits de supervivencia. No se trata de ponernos una venda en los ojos. Sin embargo, resulta igual o más importante, que veamos esos destellos de realidad que nos susurran al oído, casi desapercibidos y que, en cambio, nos exhortan a tomar parte.

No sé si son conscientes de dos acontecimientos que se están dando en estos días. Eloy Moreno, autor de Invisible, está llevando a cabo encuentros on line con muchos centros educativos valencianos donde debate y habla sobre su libro que están trabajando en diferentes asignaturas en torno al bullying. Este hecho esperanzador, y que jamás podremos agradecer de forma suficiente, ha coincidido con en el estreno en Netflix de la serie Adolescente.

Psicólogos y expertos en redes avisan que la realidad que expone la serie no está alejada de lo que hoy vive la juventud y reivindican la necesidad de regular el espacio digital. Recordemos que el 37 % de los adolescentes pasa más de 6 horas con el móvil. Uno de cada cinco jóvenes sufre adicción a las pantallas y el 80 % de los españoles ve a los padres incapaces de poner límites a sus hijos. Aquí no se trata de demonizar las redes sociales. De lo que sí se trata es de denunciar, de abrir los ojos ante la colonización de las redes en todos los ámbitos de la vida. Y a ello sumarle el impacto que tienen a edades donde se está desarrollando la personalidad a nivel cerebral, en concreto, la corteza prefrontal que es la responsable de la función ejecutiva y de la autorregulación de la conducta. Sumemos a todo ello el nivel de inmediatez, incertidumbre y saturación del mundo digital. Ya decía Ortega que «el joven no es ser todavía. Puede torear su misión, porque no es nada determinado, es posibilidad de todo». En otras palabras, capaz de todo lo bueno y de lo malo. Y añade el filósofo español: «El joven no necesita vivir de sí mismo, vive en potencia todas las vidas ajenas». Su vulnerabilidad a la influencia es, aunque sea destructiva, total.

La serie acaba con una conversación de los padres del protagonista que es un menor acusado de asesinato. Y hacen memoria de lo que fue su hijo tratando de encontrar respuestas a lo sucedido. En esa escena estamos representados todas las familias. Destaca cómo describen cuando su hijo Jamie era feliz dibujando, ocupando en este menester las horas muertas y, de repente, le compraron el ordenador y su acceso, por ende, a las redes sociales y cómo, a partir de ahí, lo pierden. El padre hace una afirmación que suena como advertencia: «Estaba siempre en su habitación, creíamos que estaba a salvo, ¿qué le podía pasar ahí dentro?». Byng Chul-Han ya nos señala que el móvil es un pornógrafo donde nos desnudamos voluntariamente haciéndonos adictos y dependientes. De aquellos polvos vienen estos lodos. ¿Cuándo vamos a despertar? De nosotros depende. 

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