Opinión
La risa de Machado

Estado actual de Villa Amparo. / Daniel Tortajada
El 9 de junio de 1976, unos versos fueron citados por vez primera en el Congreso de los Diputados por el entonces ministro secretario general del Movimiento Adolfo Suárez. Lo hizo en su discurso para la aprobación de la Ley de las Asociaciones Políticas. Aún no se habían dado las primeras elecciones generales. Aún tampoco existía nuestra Constitución. Pero seguía existiendo, aun a pesar de algunos, la poesía.
«Está el hoy abierto al mañana,
mañana al infinito.
Hombres de España, ni el pasado ha muerto,
ni está el mañana ni el ayer escrito».
Estos fueron los versos de Antonio Machado que citó Suárez. Versos de un poeta que estuvo prácticamente recluido como un ocupa durante la guerra civil en Rocafort. Dicen que solía ir desde allí a València discretamente con el trenet para visitar las librerías del barrio del Mercado, y que luego se sentaba en el rincón de algún café de la calle de la Paz, sintiendo en todo momento el dolor de ver a España herida de mar a mar, con vago mirar y gesto tranquilo. Dicen que ya de regreso al pueblo paseaba por los jardines de Villa Amparo entre membrillos, rosales y jazmines que tanto le recordaban a la Sevilla de su infancia. Y que así, en silencio, se inspiraba para escribir versos que acariciarían el alma castigada de tantos españoles y españolas de su tiempo. Allí mismo, en esa villa rodeada de huerta, estuvo don Antonio dos años en calma, protegido, sintiendo fuertemente todo lo que estaba aconteciendo en su país. Ocupando esa casa de la familia Báguena franqueada por acequias, naranjales y limoneros. Justo antes de la conclusión de esa maldita guerra civil marchó a Barcelona, y de allí a Francia, donde es sabido cómo concluyó su doliente y sentido periplo.

Un agente precinta la puerta de Villa Amparo tras la salida de los okupas / Fernando Bustamante
Para muchos la casa de Villa Amparo es un lugar de peregrinaje. Un templo acariciado por la suerte o mala suerte de un enorme y fundamental poeta que escribió entre sus paredes algunos de sus más hermosos y comprometidos versos. Para otros un lugar molesto porque significa mantener viva la memoria y obra de un poeta incómodo. Siempre, en cada tiempo, hay quienes se sienten molestos con poetas cuyos versos penetran, como una brisa de esperanza y libertad, en los ánimos o en los congresos. Son los que saben que ya no hace falta destrozar con tanques las casas en otro tiempo habitadas por poetas. Tan solo abandonarlas al posible olvido. Eso es lo que está sucediendo desde hace algún tiempo en Rocafort. No sólo está abandonada la Casa de Cultura y la biblioteca municipal. También lo está Villa Amparo. Su estado deplorable es aprovechado por algunos para ocuparla. Y quizá por eso mismo, los resentidos pueden tener excusas algún día para demolerla y construir otro bloque de anodinos apartamentos.
Mientras tanto, me gusta pensar que desde algún lugar don Antonio Machado hoy debe de estar riendo junto a hermanos de ceños campesinos y otros tantos leñadores y pobladores de lomas, altozanos, huertas y campos de regadío o secano. Ríe bello y trascendente una risa como de fuente sevillana e infantil. Como un árbol silvestre, espeso y alto. Como uno de sus versos mediterráneos escritos en Rocafort. Ríe la misma risa andaluza y clara que le dedicó desde su lugar infinito a los diputados obtusos de bigote fino, nuca rasurada y cabello engominado, cuando se coló su poesía en el Congreso. No hay triunfo más grande que el de un poeta soliviantado en vida, que se convierte en ocupa de ciertas instituciones gracias a sus versos. Cuando ese día llega, el poeta ríe desde los imaginarios territorios que suceden un poco más allá de las oscuras sombras o interrogantes. En esos lugares donde la verdad por fin blanquea, y nunca se derrama la sangre de los hermanos, donde brilla perpetuo ese sol de Homero que tanto afectaba a la memoria del propio don Antonio cuando tuvo que dejar su querido Rocafort. Allí ríe todavía el poeta, el hijo, el hermano, por ver como la desidia de los de siempre trata de aniquilar su legado. Son los que en todo momento aprovechan para abandonar a la suerte de la segura herida la memoria de algunos hombres y mujeres que quisieron ofrecer rosas en vez de destruir las esperanzas a balazos. Ríe porque ve que esa que fue su casa ha sido abandonada y, por tanto, algunos han aprovechado para ocuparla. El poeta está contento. Le gusta que sus habitáculos interiores y anteriores puedan seguir dando cobijo a aquellos a los que el sistema se lo niega. De ese modo concibió sus versos en su día, como refugio posible para las gentes de tristes destinos. Pero sobre todo, ríe porque una vez más la estrategia de algunos para que el poeta caiga en el olvido no hace más que avivar las llamas de su memoria desde hace unos días en los periódicos.
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