Opinión | El trasluz
Lo sensato
¿Y cómo se las arreglan para convivir la uña y la carne siendo la uña puro acero y la piel pura mantequilla?

Una mejor se toca un párpado. / Adobe Stock.
Las pestañas, si lo piensas, son increíbles. ¿Cómo introducir en una piel tan tierna y tan delgada, como la de los párpados, la raíz de todos esos apéndices sin que la piel sufra ni el pelo se tambalee? Misterio, más misterio si añadimos que cada párpado superior tiene, de promedio, entre 90 y 160 pestañas, que son una barbaridad de hebras y cuyo ciclo vital va desde los cinco a los once meses. Luego se caen y crecen otras. ¿Alguien ha visto cómo se caen las pestañas? ¿Sabe algún lector dónde perdió la última? ¿Ha notado crecer a las nuevas? Nada. Las pestañas viven su vida al margen de nosotros, pero se organizan de manera que nunca nos falten.
¿Y cómo se las arreglan para convivir la uña y la carne siendo la uña puro acero y la piel pura mantequilla? Está el cuerpo lleno de contradicciones bien resueltas. Piense usted en los dientes, la parte visible de la calavera, firmes como una empalizada de marfil sobre la arcilla de las encías sonrosadas. La relación entre la osamenta y la musculatura resulta alucinante también por la radical diferencia de sus naturalezas. Los cuerpos, en general, están hechos de contrarios. Hechos de vida, por ejemplo, pero también de muerte. Los difuntos, en los tanatorios, están llenos de muerte y sin embargo conservan las pestañas de sus párpados abatidos. Podría uno contárselas.
Hay poemas que cantan a la fragilidad con palabras gruesas. El soneto se mantiene en pie por un milagro de la rima y de la métrica. El gorrión se sostiene sobre dos alambres con los que corre y da saltitos. Y una mosca común es capaz de mover las alas de doscientas a trescientas veces por segundo. Eso no es posible, me dirán, y es cierto, no es posible, pero sucede porque todo el tiempo suceden cosas imposibles. Que yo sea capaz de subir las escaleras, por ejemplo, con la cantidad de equilibrios inconscientes que es preciso poner en marcha para no colapsar resulta también extraordinario. Ahí juega un papel importantísimo el contrapeso de los brazos y el juego de la cintura. Si lo piensas fríamente, lo sensato sería tomar el ascensor, que es un prodigio vertical y relativo. No digo que esté mal, pero es muy simple: un puro juego de poleas.
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