Opinión

El primer ludópata

Trump ha inducido una atmósfera onírica a millones de estadounidenses que gozan en medio de ese sueño

El presidente de EEUU, Donald Trump

El presidente de EEUU, Donald Trump / Europa Press/Contacto/Molly Roberts/White House

Como se ha visto, Trump está en condiciones de llevar al mundo al colapso, al imponer reglas de timba a la economía mundial. Que cuando las bolsas caen, Trump anime a los especuladores - «es el momento de comprar», dice-, testimonia que los Estados Unidos no han elegido a un payaso capaz de montar un circo, sino a un crupier. Esta es la verdad de lo que está pasando en EEUU. Por eso no se trata de saber si las empresas Trump ganan dinero. Nadie duda de que Trump juega.

Las estructuras de gobierno representativo han tendido a hacer del soberano la encarnación del ideal en algún momento de la historia. Así, el rey fue el primer soldado, el primer cristiano, el primer patriota, el primer ciudadano, el primer burgués. En la sociedad del dinero especulativo, el soberano es el primer ludópata. Así llega al final la época del capitalismo occidental en el país que creó ese fenómeno excepcional en la historia de la humanidad.

La personalidad del ludópata es muy curiosa y es una pena que Freud no reflexionara sobre la novela de Dostoievski, ‘El jugador’. Los grupos humanos que fundaron el capitalismo pensaron muy seriamente sobre los juegos de azar. Su aspiración era separar completamente la voluntad de Dios de esos asuntos azarosos. El ludópata, al contrario, confía en que el azar o la providencia divina atenderán su deseo personal. Entonces siente que es el centro del mundo. Es la sensación de euforia del jugador antes de la jugada.

La adicción a esos estados de ánimo está relacionada con esa intensa certeza de que la providencia, las leyes del azar o los poderes del mundo, están en tu mano. Es el goce instantáneo de la omnipotencia. Este goce nos hace adictos al juego. Como todo sentimiento de omnipotencia -por mucho que sea frustrado, el goce previo del jugador es real-, constituye una forma de felicidad que sólo concede relevancia a sus propios actos psíquicos. Detrás de ellos no existe sino la borrachera de la intensidad. No hay en realidad mundo. Sólo interés por sí mismo. Puro narcisismo.

Una vez, en su obra principal ‘La razón populista’, Laclau dijo que el afecto hacia el líder propio de los regímenes populistas induce a sus seguidores a un estado parecido al sueño. Con independencia de que él estuviera de acuerdo con esto, no se puede negar a Laclau la agudeza de su análisis. Nadie puede ignorar la atmósfera onírica, al mismo tiempo que insomne, del jugador. El Aleksei Ivanovich de la novela rusa es el prototipo. La fiebre de las firmas de las órdenes ejecutivas de Trump es parecida a la del jugador ante la ruleta. La vivencia de omnipotencia del narcisista es lo que está en juego en esta ceremonia del poder.

¿Pero cuál es el sueño de los setenta y siete millones de americanos que sueñan con Trump? Ese es el problema. Freud ya indicó que la aspiración de omnipotencia es la respuesta del niño angustiado y desprotegido que siempre somos para darnos ánimos para seguir viviendo. Esta respuesta es pulsional y viene determinada porque el niño anhela regresar a estado de equilibrio y protección que disfrutaba en el útero materno. El mismo Laclau dice con precisión que el militante populista rellena una falta que está relacionada con la madre. El significante MAGA, ‘Make America great again’, punto nodal del movimiento Trump, sugiere regresar de nuevo a la madre América rica, protectora, triunfadora y feliz. Como toda aspiración de omnipotencia, está marcada por hacer reversible el paso del tiempo.

Que me disculpe el público lector por esta columna filosófica. Pero hay sucesos y aspectos que sólo se pueden explicar así. Y el fondo aquí es que Trump ha inducido una atmósfera onírica a millones de estadounidenses que gozan en medio de ese sueño. Pero no hay que olvidar que los sueños nos compensan de las frustraciones del día. Por tanto, si no comprendemos la frustración de esos millones de votantes no comprendemos nada. Estas gentes están experimentando la ley de todos los imperios: que al final, todo imperio imperializa al propio país. La pretensión de reversibilidad del sueño de todas esas poblaciones empobrecidas es dejar de sentir las consecuencias del imperio americano sobre sus propias cabezas. Regresar al New Deal previo a la decisión imperial.

Es un sueño porque lo que piden es imposible. Desean no sufrir las consecuencias del imperio, pero quieren conseguirlo ejerciendo todavía más el imperio. Negar el principio de realidad es propio del que sueña, pero el que anda perdido en el sueño de omnipotencia cree que todo es posible. Para ello, Trump quiere aplicar de forma imperial -pagado por los otros países- la receta que en los años 50 asumieron las víctimas de la vieja dependencia imperial, los países del tercer mundo, la sustitución de importaciones. Ahora una parte del imperio americano es el tercer mundo, y quiere hacer lo mismo. Aquello acabó en desastre. Se producía caro y de peor calidad.

Hoy, este mismo programa es imposible. No solo necesita mucho tiempo, sino que abrirá una crisis radical. Pues improvisar la mano de obra, trasladar el saber hacer, desplazar capital, cadenas de distribución, de organización y de mercado que sería necesario, implicará un colapso mundial temporal y su resultado sería multiplicar por tres el precio de toda manufactura. Tim Cook, el presidente de Apple, lo empieza a comprender. La pregunta es cómo puede despertar un narcisista de su sueño de omnipotencia cuando se trata del narcisista más poderoso del mundo.

Tracking Pixel Contents