Opinión | Crónicas de la incultura
Mascotas de antes
La evolución de la palabra «mascota» resulta interesante. Según el diccionario académico (DLE) esta voz tiene dos acepciones: «1. Persona, animal o cosa que sirve de talismán, que trae buena suerte (sus sinónimos serían: amuleto, fetiche, talismán); 2. Animal de compañía. Tienda de mascotas». El Diccionario del estudiante, redactado también por la RAE, recoge las dos acepciones de arriba, pero invirtiendo el orden: «1. Animal de compañía; 2. Persona, animal o cosa que supuestamente da buena suerte». He aquí una de esas variaciones lexicográficas que parecen un mero capricho de los redactores de diccionarios, pero que a la hora de la verdad constituyen una muestra implacable de lo que está sucediendo en el mundo. Mejor dicho: de lo que está sucediendo en España, donde el llamado «relato» oculta habitualmente la verdad. Evidentemente el paso del diccionario de los mayores al de lo menores se ha producido porque estos valoran más los hechos que las suposiciones, es decir, que los jóvenes usan «mascota» solo para designar animales de compañía, relegando los amuletos al baúl de los recuerdos.
No sea retorcido, me apuntan por aquí, ¿no será que el cambio de orden de las dos acepciones obedece simplemente a que los redactores del diccionario estudiantil, que se basa en el diccionario general, tuvieron un pequeño despiste? Pues miren, no. La razón es que los chicos y las chicas de ahora, tan aficionados a colgarse aros de las orejas o de la nariz, no les conceden ningún valor taumatúrgico a estos adornos. Sus mayores, entre los que me cuento, veíamos amuletos o talismanes por todas partes. Las mujeres eran muy aficionadas a las medallas y a los escapularios de contenido religioso: las que eran devotas de la Virgen del Carmen, por ejemplo, se aferraban a su escapulario cada vez que le rezaban pidiéndole mercedes. Los hombres, poco dados a las cosas de curas, habíamos reemplazado la medalla por una insignia de solapa que aludía a nuestro mundo imaginario y definía nuestras preferencias: un club de futbol, el símbolo de un partido político, una marca de cerveza, lo que fuera. Es lo que en inglés llaman «pin» y que ha acabado por designar la identidad de una persona en el mundo digital.
Dicho todo lo cual, paso a ocuparme de lo que quería tratar en la columna de hoy. No sé si están enterados del follón que se ha montado en el Consell Valencià de Cultura. Desde que falleció el Sr. Grisolía, la institución andaba descabezada, con una vicepresidenta que ejercía la presidencia en funciones, consejeros de signo político contrario que le decían de todo, y un tenso compás de espera hasta que Mazón, el president que siempre llega tarde, se ha dignado mover ficha. Para colmo, los premis Jaume I han entrado en vía muerta con la disparatada decisión de la última convocatoria en la que no se premió a ninguna mujer. Pero hombre: en mi facultad ellas son tan mayoritarias que no es infrecuente encontrarte en el ascensor completamente rodeado de damas, así que su ausencia del ascensor del CVC clama al cielo y solo puede atribuirse al machismo decimonónico que infesta la institución. Tanto premio Nobel en el jurado, solo por salir en la foto con ellos, y ahora resulta que son de la época en que el mecenas inventó la dinamita. Siempre me ha parecido que el CVC no se parece en nada a las entidades científicas y culturales que patrocinan este tipo de premios, como los príncipe de Asturias en España o los mismos Nobel en Suecia. Nuestro organismo tiene toda la pinta de ser una paraeta como las que montaba Zaplana en su época, a saber, algo que no sirve para (casi) nada, pero que gracias al riego de abundante dinero (del contribuyente) consigue mantener a duras penas las apariencias. Vamos, que el CVC ha venido siendo una mascota en la primera acepción del diccionario académico y esto ya no cuela en el siglo XXI. Habrá que ir pensando en priorizar la segunda acepción, la de animal de compañía, que es la que les mola a los jóvenes de ahora, amantes de sus animalitos, de sus libros y de sus musiquillas. Algo que promueva de verdad la cultura en la Comunidad Valenciana. Para variar. Casi nada.
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