Opinión

València

Mis tres minutos con Vargas Llosa

Como “no se puede ganar guerras renunciando a matar”, Vargas Llosa se metió en política. Para perder. Y supo perder, que es la primera regla (debería serlo) en democracia, si bien creo que esa actitud vital le venía de su devoción por las novelas de caballería

Vargas Llosa, en 2010, en San Miguel de los Reyes, en València.

Vargas Llosa, en 2010, en San Miguel de los Reyes, en València. / Efe/Försterling

En mi generación Cien años de soledad era la biblia. A mí, que me cuesta despegar los pies del suelo y mirar la vida sin miedo, me sedujo siempre más La ciudad y los perros. Los libros te hacen y el dolor de este fue uno de los que me hizo. Repaso ahora la lista de obras que Mario Vargas Llosa escogió para una selección del Círculo de Lectores y muchos de ‘mis’ libros están ahí. Esas afinidades explican todo. Ahí están El gran Gatsby, Manhattan Transfer, Dublineses, El extranjero… Esas afinidades explican que cuando uno al cabo de mil años pisa el barrio de Miraflores de Lima no puede evitar los ojos de Vargas Llosa.

Lo relevante de él es la constancia de buen escritor. Entre La ciudad y los perros o Conversación en la catedral y La fiesta del chivo transcurren más de 30 años. Y años después aún produce Travesuras de la niña mala, una pequeña joya olvidada.

Después ya me desconecté de Vargas, confieso, pero no por sus posiciones políticas o sus devaneos con el papel 'couché'. Un paréntesis sobre esto: existe una tendencia a condenar a los artistas que logran vivir bien de su trabajo y que lleva a recordar los casos de Blasco Ibáñez y Sorolla. Puro prejuicio. Dejando el paréntesis, en estos tiempos de cultura de cancelación, ‘Varguitas’ (como le llamó la tía Julia) enseña que se puede estar en desacuerdo con las posiciones políticas de un autor y su obra es igual de memorable.

Vargas Llosa fue un neoliberal de tomo y lomo, sí, pero sobre todo fue un escritor comprometido con la democracia, actitud especialmente destacable en estos tiempos en que el autoritarismo no solo no se condena, sino que está de moda. Como “no se puede ganar guerras renunciando a matar”, Vargas Llosa se metió en política. Para perder. Y supo perder, que es la primera regla (debería serlo) en democracia, si bien creo que esa actitud vital le venía de su devoción por las novelas de caballería.

Y aquí es donde aparece el periodista de turno con sus tres minutos de gloria. Fue en junio de 2010. Vargas Llosa llegó a València invitado por el Any Martorell y el peruano fue el único allí que usó el valenciano al leer algún fragmento de su venerado Tirant lo Blanc. Después, en el viejo claustro de San Miguel de los Reyes, departió con muchos y dedicó no sé cuánto, tal vez tres minutos, de charla afable, risueña, a este periodista. Claro que era justo pocos meses antes de ganar el Nobel. Y antes de rematar su vida de novela con la reina rosa hasta que su cabeza dejó de ser la suya. Como si su vida fuera parte de un libro, porque “todas las historias son cuentos, están hechas de verdades y mentiras”. Eso decía. Pura verdad. Pura literatura.

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