Opinión

La fiel compañera

«Compensa mancharse de grasa porque parece que la hayas creado tú», asevera a día de hoy quien dio la espalda a su especialización informática al resultarle muy monótono todo aquello

Imagen de una máquina de escribri.

Imagen de una máquina de escribri. / EFE

Me doy de bruces con la única tienda que arregla máquinas de escribir en Madrid, situada en pleno centro. La pasión que heredó Antonio lo convierten en uno de los escasos resistentes que salpican el país. «Compensa mancharse de grasa porque parece que la hayas creado tú», asevera a día de hoy quien dio la espalda a su especialización informática al resultarle muy monótono todo aquello. A pesar de su formación no se recata en señalar lo irónico que encuentra que «directivos de Google me traigan sus teclas a arreglar». Se refiere a las del artilugio, lógicamente. Las de los mendas lerenda se apilan en la nube o qué sé yo dónde.

El caso es que cuando murió mi tía María me dejó una Corona, que es una joya. Aun refunfuñando sin parar como se pasó toda la vida podía sospechar que me quería, pero no tanto. Me emociona mirarla conservada tras una cristalera como en un museo. La máquina, claro. La primera de la especie nació en Alicante a principios del XX. No sería hasta 1912 cuando se registrase en España a manos del alicantino Abelardo Toledo después de que Christopher Latham se sacara de la manga en 1868 el primer equipo de mecanografía patentado a continuación bajo la marca E. Remington and Sons. Solo les digo con sentida veneración que el cielo bien que se lo ganaron.

Sin cambiar de canción puedo certificar que Serrat no tiene remedio. Ha dado el paso de guardar bajo llave en el Instituto Cervantes, donde se conserva el patrimonio cultural, piezas de las que mejor le representan y el Nano ha escogido la partitura original de ‘Mediterráneo’ sin dejar de confesar lo mucho que sentía el traspaso; su primer álbum; el libro de Miguel Hernández editado por la bien nacida Losada que en años oscuros le sirvió para poner música a esos poemas que chorrean amor y heridas y, por último, la portátil que llevó a todos los viajes, en la que «he escrito cartas y canciones siendo una gran compañera. Pesa mucho, pero llenó mi vida». Qué difícil es no querer al puñetero.

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