Opinión

¡Abajo la libertad!

Vox quiere convertir el 2 de mayo en fiesta nacional porque el alzamiento del pueblo madrileño contra las tropas de Napoleón en 1808 es un acontecimiento patriótico que aclama los valores de unidad y defensa de la soberanía española

El presidente de EEUU, Donald Trump, al final de la pasada semana en la Casa Blanca.

El presidente de EEUU, Donald Trump, al final de la pasada semana en la Casa Blanca. / ALEX BRANDON / AP

¡Abajo la libertad!, clama un hombre del grupo de ajusticiados que van a ser fusilados en el inicio de El fantasma de la libertad de Luís Buñuel, simulando los fusilamientos por las tropas napoleónicas tras su llegada a Toledo. Previamente, la imagen del cuadro de Goya. La película es un encanto, el culmen del surrealismo. Surrealista es también una parte de la política de hoy, pero sin el brillo y la genialidad que estampaba el admirado cineasta.

Vox quiere convertir el 2 de mayo en fiesta nacional porque el alzamiento del pueblo madrileño contra las tropas de Napoleón en 1808 es un acontecimiento patriótico que aclama los valores de unidad y defensa de la soberanía española, según ellos. La propuesta, en línea con aquella célebre frase de Díaz Ayuso «Madrid es España», sintoniza bien con la decisión de los de aquí de suspender la conmemoración del 25 de abril en las Corts; dicen, por la «polarización política actual, la crispación y el drama de la dana». En realidad, solo es un gesto más de la falta de convicción en nuestro autogobierno, en el estado autonómico. ¿Acaso no es posible solemnizar una fecha así desde el respeto por la tragedia? Más arriba, la propuesta de Vox en relación al 2 de mayo suena a símbolo con el que ahondar en la expresión ideológica de trancar al extranjero, en la apuesta por esos valores carentes de virtud de los que hablan a diario y que ya conocemos.

Al otro lado, y más arriba todavía, el magnate convertido en presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, avanza en su alianza con Bukele para seguir deportando migrantes indocumentados y encerrarlos en la peor cárcel del mundo que se encuentra en El Salvador. «No encierro a unos cuantos, sino que libero a millones», sentencia. El fantasma de la libertad.

No hacen política. Transitan a través de ella como si fuese un juego de buenos y malos. Una partida en la que pierde el sueño democrático que hoy vive en una pesadilla, como si habitara en su reverso. Valores que se quiebran, como en la película de Buñuel. ¡Abajo la libertad! ¡Vivan las cadenas!

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