Opinión | Complicidades
Chiste y meme
Soy un firme defensor del chiste, esa variante modesta de la literatura popular anónima en la que se encarna el humor profundo de un pueblo. Por sus chistes los conoceréis

Dos personas usan el teléfono móvil / Europa Press
El chiste ha muerto. Lo han matado las mal llamadas redes sociales, que son en verdad redes fecales, herramientas mediante las que airear a los cuatro vientos la podredumbre moral de la gente.
El chiste ha muerto. Lo digo con profunda tristeza. Ya apenas se cuentan como se contaban antes, de viva voz, en las reuniones, en las cenas de amigos, en el trabajo. Se lo ha comido el meme.
Aunque el término meme posee un origen científico -lo acuñó el zoólogo Richard Dawkins, para poner nombre a la unidad mínima de información cultural que se puede transmitir entre humanos-, en la práctica se reduce a las bromas sobre cualquier asunto, difundidas a través de Internet. Por lo común, bromas con gracia más que discutible. La mayor parte de las veces se limitan a ser fotomontajes hechos con inteligencia artificial. A mí, meme me suena a memo, a memez.
En cambio, soy un firme defensor del chiste, esa variante modesta de la literatura popular anónima en la que se encarna el humor profundo de un pueblo. Por sus chistes los conoceréis.
Siempre me ha asombrado el ingenio, sin autor declarado, que los chistes contienen. Preguntarse por quién inventa los chistes es igual que preguntarse por quién ha creado los romances del romancero español. Los ha hecho el idioma mismo, el lenguaje en su fluir caudaloso, el espíritu de la lengua transmitiéndose a sí mismo de individuo a individuo. Los chistes forman parte del milagro sin explicación de la cultura en su sentido más amplio: como un muro de obra, como un campo de cultivo, como una catedral gótica.
El chiste ha sido a lo largo de la historia una ceremonia teatral que representaba el chistoso para su auditorio, un alarde de memoria, una manera de celebración colectiva gracias a la risa, a la carcajada, un minúsculo homenaje al hecho de estar vivos. Vivir debería ser reírse, entre otros muchos asuntos. Reírse de todo, de todos, del mismo acto de reírse.
La decadencia del chiste se debe al abuso de los artefactos solipsistas de la tecnología moderna, y creo que también a la proliferación de la vigilancia inquisitorial de los bienpensantes, que no toleran la irreverencia consustancial del chiste, al que suelen importarle un bledo las minorías dispuestas a ofenderse por lo que se les antoje. El chiste no es bienqueda. Al chiste se la sopla el idealismo regulador en el que la policía de la moral quiere encajar la multiplicidad ingobernable de la vida.
Ahora los chistes nos llegan por grupos de WhatsApp, sin nadie que los cuente y los cante y los gesticule: eso es un bodrio. El chiste ha muerto. Viva el chiste.
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