Opinión | Por si encaja

Soledades antagónicas

Ábalos en una imagen de archivo

Ábalos en una imagen de archivo / ED

Lo que me he reído leyendo los avatares de Eduardo Mendicutti quien, tras toda una vida en Chueca a lomos de la jarana y la ficción preferentemente, volvió seis años atrás a sus raíces en Sanlúcar de Barrameda porque le operaron de una pierna «y se suponía que tendría el arrope de la familia, pero no tengo a nadie. Estoy solo». Esta última consideración coincide con la frase de despecho que ha quedado para los anales pronunciada con gran desgarro por Ábalos cuando el mundo empezó a venírsele encima tras unos buenos capítulos en la mochila cargados de ajetreo. Los bajos fondos de los que se empapó el escritor antes de traspasarlos al folio, una minucia al lado de lo que la UCO cree haber encontrado en el patio trasero del que fuera uno de los mandamases del pesoe y gran apoyo de Sánchez en su reconquista del partido. Qué colección de horteradas barriobajeras las que están saliendo a flote en la embarcación del diputado extraviado. Él seguramente no lo nota, pero se le está quedando una cara de Roldán que no se puede aguantar.

De la mano de García Pozo, volvamos a Mendicutti. «Sanlúcar es estupendo para una semana -asevera-. Después te aburres. Está muy bien para comer en la playa, pero yo estoy hasta aquí de los langostinos, las tortillitas de camarones... Echo de menos Madrid, incluso el cocido y sobre todo a los amigos. Hombre, aquí en el pueblo me saluda todo el mundo y, sin embargo, no tengo a nadie con quien hablar. Hay una señora italiana que me tiene hasta las narices. Se acercó diciéndome que le había parecido muy interesante. Cuando pasó lo de Rubiales y Jenny Hermoso empezó a pedirme permiso para besarme como si yo fuera una momia». Habría que ver a este hombre de 77 años, solitario, que pese al ajetreado ritmo nocturno nunca ha bebido ni drogado, al que su amigo Molina Foix denomina gay emérito, siendo acosado, alguien que solo pide que lo cojan de la mano cuando esté muriéndose. Qué gusto hacerse añejo diciendo sin rodeos lo que uno piensa. Si te acuerdas, claro. n

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