Opinión | Tribuna abierta

València

Uno de los nuestros

Recién elegido Papa, el Padre Bergoglio S.I., arzobispo de Buenos Aires, unas breves líneas recogían en este mismo medio Levante-EMV, días más tarde de su elección, el eco de dos palabras que resonaban, principalmente, en la cabeza de quienes, nos sentimos próximos a la orden de san Ignacio, y a los pueblos de Latinoamérica, jesuita y argentino.

La elección del nombre de Francisco, evocaba para nosotros, sin duda por la humildad del de Asís, los votos del lema jesuita, a mayor gloria de Dios. Las palabras de Ignacio de Loyola son clarificadoras al respecto, «¿es preferible no discutir, no pensar, no conversar, no razonar públicamente, no proyectar nuestras inquietudes?».

Llegado a Roma, y viendo en la curia el espejo en el que prefiere no mirar, Ignacio cambia la orientación del destino de la Compañía y piensa que el objetivo de los Santos Lugares debe ser sustituido por su misión en tierras lejanas, que a Francisco Xavier, los votos lo llevan, misionero, a la India, donde un proverbio recuerda, «lo que no se da, se pierde».

En la ya célebre visita del superior General de los jesuitas, Pedro Arrupe, a València, en el año 1973, este habló de la tarea educativa de los jesuitas, de formar hombres para los demás, de crear hombres con sentido social en lugar de con un cerrado individualismo; capacitados para el servicio, en lugar de con mentalidad que exalta la posesión; fomentando un hombre nuevo en lugar de incapaz de una transformación verdaderamente renovadora. Y estas son algunas de las esperanzas que la elección del Papa Francisco encerraba para muchos de nosotros.

Se trata de la trascendencia social del mandato evangélico, referido a aquellas comunidades humanas que reclaman la asistencia de los jesuitas, y la nuestra, hacia los pobres, los marginados, los excluidos, porque en este mundo globalizado aumenta el número de los que son excluidos por todos, porque en esta sociedad, sólo tienen cabida los grandes, no los pequeños, los desaventajados.

Con estos antecedentes la elección de un jesuita, llegó de la mano de su condición de latinoamericano, para lo cual, las palabras de Mario Benedetti, su hermano uruguayo, desde el otro lado del río de la Plata, mejor que nadie, resume, «pero aquí abajo - el fin del mundo, diría el ya Papa Francisco - cerca de las raíces, es donde la memoria ningún recuerdo omite; y hay quienes se desmueren, y hay quienes se desviven; y así entre todos logran, lo que era un imposible; que todo el mundo sepa, que el sur también existe».

El Papa Francisco, hasta su muerte nos ha acompañado siempre con sus palabras, y con su ejemplo, nos ha permitido sentirnos siempre próximos a sus enseñanzas. Con su magisterio nos ha ofrecido la posibilidad de llegar a considerarlo como uno de nosotros, nos ha honrado al hacernos partícipes de su pensamiento, y con su humildad nos ha permitido llegar a considerarlo como uno de los nuestros.

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