Opinión | Tribuna

València

¿Y si el Vaticano convocara unas primarias?

Desde que en 1944 Karl Marx, a los 25 años, proclamara que la religión era el opio del pueblo cuando el narcótico circulaba libremente y era consumido para eliminar los dolores, la lucha entre liberales en sentido amplio y las estructuras religiosas católicas se han ido amortiguando. Los blasquistas (de Blasco Ibáñez) ya no acuden a gritarles a quienes rezan el rosario de la aurora junto a la catedral de Valencia. Unos 200 años de clericalismo y anticlericalismo están amortiguados y hay libertad para practicar la religión católica, al tiempo del respeto hacia los no creyentes o que han abandonado la fe aunque hayan sido bautizados y educados en el catolicismo. Es más, los últimos Papas han mostrado cierta comprensión por los ateos y agnósticos sin que se practique la excomunión. El liberalismo ha impregnado las sociedades democráticas, al tiempo que la cultura católica tiene raíces profundas entre los no creyentes. En eso hay diferencias con las iglesias protestantes para las que, superado el tiempo del rigor calvinista, la religión es un elemento de la individualidad dirimida dentro de la intimidad personal o en todo caso comunitaria.

La batalla entre Pío IX (nono) y los anticlericales italianos provocó que el Estado Vaticano quedara reducido a lo que hoy es la Plaza de San Pedro, la Basílica y la Capilla Sixtina pero su influencia religiosa continuó extendiéndose por todos los continentes. Los Papas de finales del siglo XIX y los siglos XX y XXI han tenido que adaptarse, a su manera, a las realidades sociales hasta culminar en el Concilio Vaticano II. De hecho han surgido, incluso, teologías que han intentado aunar catolicismo, socialismo y comunismo con el consiguiente desgarro en las estructuras eclesiásticas, como ocurrió con la teología de la liberación en Sudamérica. No obstante, su base fundamental se ha mantenido bajo la fuerza orgánica del Vaticano, y se calcula que existen unos 1.400 millones de católicos en todo el mundo, al menos bautizados. Existen todavía diferencias entre países desarrollados y en vías de serlo. Europa, por ejemplo, ha ido perdiendo desde los años 50 capacidad de reclutamiento y menor participación litúrgica y en Sudamérica la oleada evangélica ha supuesto una fuerte competencia.

Por eso cuando hay Sede Vacante se producen contactos discretos entre los cardenales para elegir al nuevo sucesor de San Pedro. Existe toda una literatura y cinematografía de ficción sobre las conjuras entre las distintas sensibilidades dentro colegio cardenalicio, en el que en la actualidad el voto para promocionar la elección del nuevo pontífice solo lo ejercen quienes aún no han cumplido los ochenta años. Pero poco o nada se sabe de lo que ocurre antes del nombramiento y ha existido una práctica de silencio de siglos que apenas ha dejado testimonios sobre cómo se han desarrollado las interioridades de antes, durante y después del Conclave. No sé si existen en el Archivo Vaticano documentos que permitan reconstruir los vericuetos de las elecciones papales, pero aun así todavía no será factible este tipo de consulta y por eso los testimonios circulantes están impregnados de especulaciones. No obstante, si la Iglesia ha recorrido un camino de ‘aggiornamento’ para no perder el ritmo de los tiempos, y en esto Francisco I ha dado pasos importantes con la incorporación de la mujer a los asuntos eclesiásticos, la relación con los homosexuales, con los divorciados y la persecución de la pederastia extendida durante años en el clero.

En ese sentido tal vez, siguiendo con la tónica de participación democrática que va imponiéndose en la mayoría de los elementos de las sociedades modernas, podrían establecerse unas primarias singulares para que pudieran participar todos los bautizados. Sin perjuicio para la potestad del colegio cardenalicio y su relación con el espíritu santo. Los cardenales podrían en primera instancia considerar la propuesta de hasta cinco candidatos, quienes podrían plantear públicamente los ejes de su apostolado. A través de las parroquias los fieles participaría con su voto sin que el resultado final fuera determinante para la elección del conclave que valoraría las capacidades y elegiría al que consideraran más adecuado para afrontar las circunstancias de la época"

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