Opinión
¿Y si el apocalipsis era esto?
Si no hay razones, hay misterio y hay especulación. Si no hay razón, cobra ventaja la fabulación. Es frustrante y un síntoma de debilidad que caiga la noche y no haya una explicación

Una joven compra en una tienda a oscuras en València. / Fernando Bustamante
12:32. El ordenador se queda en negro. Otros continúan funcionando. Cosas de los generadores de electricidad. Las risas cuando la línea del día se rompe. Momento de estirar las piernas y levantar la vista hacia la ventana. Volverá pronto. Suele ser cuestión de segundos. Pero esta vez se alarga. Al poco, un periodista comenta que la cosa puede ser seria, que no es solo cosa de la redacción, que pasa algo, que hay otros puntos de València sin luz. Poco después, que el asunto es importante, que afecta a otras zonas de España. Al poco, que también Portugal está a oscuras. Tensión. La que falta en los cables se traslada a los ordenadores. Hay tema. Hay caos. Titulares a toda máquina. El gran apagón. Tranvías y metros parados. Pasajeros bajando de trenes bloqueados a mitad de recorrido. Follón en las calles porque los semáforos se han quedado sin color. Los teléfonos funcionan a duras penas. Adiós al aire acondicionado: toca abrir las ventanas. Recomendación de no circular, como en otros tiempos, tan duros, y de usar el móvil con mesura. Salir a la calle y entrar en comercios oscuros que no tienen nada que ofrecer porque todo el sistema de cobro es electrónico. Es de esos días extraños en que el silencio molesta. De nuevo, esa sensación de distopía que llevamos dentro desde que la pandemia nos dejó sin defensas. Y del caos a la sensación de fiesta en la calle como respuesta ante lo extraño. Del colapso rozado a las bromas en las redes y a las risas de dónde está hoy Carlos Mazón. Yo que nunca creí en catastrofismos y voy a tener que ponerme en serio con el kit de supervivencia. Esto no puede ser verdad. Esto no puede volver a estar sucediendo.
Dos aviones explotando contra las Torres Gemelas, un país confinado por una pandemia mundial, una guerra en la vieja Europa con pretensiones de ser global, una superriada en el hipertecnológico siglo XXI con 228 muertes y, seis meses después, pasamos del apagón informativo (presunto) a un apagón eléctrico (real) como no recuerdo haber vivido. Algo tan extraño que más de seis horas después continuaba sin conocerse la causa y nadie había salido a dar una explicación, posiblemente, porque no tenía ninguna seguridad que ofrecer.
18:02. Al final, comparece brevemente Pedro Sánchez para decir poco: pedir responsabilidad, reafirmar que el Estado ha funcionado y anunciar "horas críticas". Más que ofrecer seguridad, lo que quedan son dudas sobre la fiabilidad del sistema, incapaz no solo de dar respuesta a lo que sea que haya sido tras más de seis horas sino también de ofrecer una razón. Si no hay razón, hay misterio y hay especulación. Si no hay razón, cobra ventaja la fabulación. No digo que no esté bien la prudencia. Hay que acertar con la razón de este día que recordaremos, pero es frustrante y un signo de debilidad que caiga la noche y no haya una explicación.
El día se apaga en la redacción: casi nueve horas después solo queda la luz que emana de las pantallas que aguantan gracias a los grupos electrógenos. No quedan ni 'miracles' de Sant Vicent.
De la última misa en la que estuve salí escocido porque el cura, muy vehemente, conminó a la parroquia a desconfiar del raciocinio. “No todo se puede explicar por la razón. Hay misterios sobrenaturales”, afirmó con la fuerza que otorgan el púlpito y una liturgia secular. Me recordó aquella frase funesta de ‘Muera la inteligencia’. En esta jornada tan inexplicable, el misterio va ganando, vaya por Dios, y yo tendré que recurrir a las pastillas para la ansiedad, que es lo único que la ciencia parece ofrecerme hoy.
22:44. El Consell pide al Gobierno la emergencia nacional. Esta vez, sí. Hace seis meses, no, con un montón de víctimas. Para mejorar la coordinación entre comunidades, dice Mazón. La comparación es elocuente.
23:00. Vuelve Sánchez. Algún detalle más. Pero sin razones. Gana el misterio. Todo es negro al salir de la redacción. Los pocos que caminamos vamos con la linterna del móvil. Nos saludamos al cruzarnos, como para anular el miedo. No hay Google Maps que nos señale un horizonte. ¿Dónde estamos?
¿Y si el apocalipsis era esto, esta sucesión de episodios críticos extraordinarios tan recurrentes, cada vez más? ¿Y si todo es una lección de humildad? Una lección de humanidad.
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