Opinión | Tribuna
Un país sin danza
Hace muchos años, en otro siglo, el joven periodista Mariano José de Larra afirmó: «Escribir en Madrid es llorar, es buscar voz sin encontrarla, como en una pesadilla abrumadora y violenta». Hoy, podríamos quizá decir lo mismo sobre la situación de la danza en España. ¿Qué le pasa a España con la danza? Tiene el peor de los San Benitos, dijo Julia Otero en una entrevista a Nacho Duato, hace más de treinta años: es para entendidos, para iniciados. Y sigue igual, o peor, porque Nacho Duato se dejó la piel durante veinte años en la Compañía Nacional de Danza, para levantarla, darle identidad propia, democratizar el público que iba a ver el ballet, y recorrer con ella los mejores teatros del mundo. Sin embargo, el Ministerio de Cultura lo invitó a marcharse con el débil argumento de que su protagonismo era excesivo. ¡Dios mío! Inmediatamente, el Teatro Mijailovski de San Petersburgo, lo contrató como director de su ballet, al tiempo que su talento recibía los más prestigiosos premios habidos y por haber. Hoy se le compara con Maurice Petipá, el mayor coreógrafo en la historia de la cultura occidental, aunque nosotros desconozcamos quién es Petipá, y es posible que tampoco nos importe saber más.
Duato sigue siendo la máxima autoridad en danza en España y ha dicho muchas veces, por activa y pasiva que somos el único país europeo que no tiene un teatro con compañía propia. La danza sigue sin tener público, ni clásico, ni moderno, ni una educación como debería. Tampoco existen críticos de danza. Por poner dos ejemplos europeos: en Francia hay más 17 compañías subvencionadas, y en Alemania 70, de las que cinco tienen en plantilla con 100 bailarines y todas las ciudades tienen su teatro y su compañía. ¡Qué triste diferencia! ¿Por qué no se crea una compañía estable? ¿Qué futuro tiene la danza en España? No se ve un horizonte claro, sino más bien oscuro tirando a negro, porque sigue sin haber compañía estable ni de danza, ni de drama, ni de ópera. La Compañía Nacional de Danza y el Ballet Nacional no son compañías estables, son itinerantes, como los circos. Los bailarines ensayan junto a unos técnicos en espera de ir de aquí para allá, sin contar con un presupuesto que les que permita grandes desplazamientos, decorados o músicos, lo que mengua necesariamente la calidad de sus representaciones. La danza merece respeto y un replanteamiento por parte del Ministerio de Cultura.
Es curioso y una paradoja, que el español se exprese con el baile, le guste bailar, tenga arte de forma genuina y, sin embargo, no se tome en serio la danza, ni se invierta dinero, ni antes, ni ahora.
Pasan los años y sigue esa indiferencia igual, o peor. Pasa la vida y la situación en España sigue en precario, como el pariente pobre de las artes. De hecho, ni la Constitución contempla la palabra baile o bailarín, cuando hace referencia al Derecho a la Cultura.
Decía Nietzsche que la danza es una manifestación de la vida, que libera al cuerpo de su atadura a través del movimiento, que es un instrumento del pensar, un pensamiento corporal y que su importancia atraviesa toda la historia de la filosofía. Y aún decía más: que hay que pensar bailando, y amar bailando.
La danza tiene su propio lenguaje, un lenguaje que no es el del teatro, ni de la pintura, ni de la poesía. Es el lenguaje de la libertad de movimiento. Y tiene también su propio efecto sobre las personas, porque es un arte que cura, que mejora el alma, que es capaz de ayudar a la memoria y al desarrollo motriz del cuerpo. Que se lo digan a los bailarines y a los entendidos, a los profesores y a los profesionales que van un paso más allá y ayudan a la recuperación de niños con parálisis cerebral y otras enfermedades motoras poco frecuentes, como es el caso de la escuela de baile de Esther Mortes en Valencia con su Balletvale+.
La danza es un arte en movimiento que merece un lugar propio donde pueda expresarse, donde pueda crecer y donde podamos nosotros como público, además de disfrutar, aprender a mirar la belleza y crecer en cultura y sensibilidad, que falta nos hace.
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