Opinión | Voces
Seis meses
Seis meses de la Dana y desde la Dana y aún cuesta escribir sobre aquello, sobre esto. Con todo, la efeméride ayuda. Mi casa, como tantas otras de Picanya, quedó semi inundada aquella tarde noche del 29 de octubre. Por fortuna y a pesar de los importantes daños materiales sufridos, ni mi vida ni la de mi entorno más cercano corrió peligro, al menos en el momento en el que el barranco del Poyo comenzó a desbordarse. Un vídeo a tiempo, el del derrumbe de una de las pasarelas ( enviado por mi hija desde Cracovia) nos puso en alerta y evitó que continuáramos con las rutinas de una tarde cualquiera. Nos permitió, aunque sin apenas margen para rescatar cosas, ponernos a salvo en el piso de arriba. Ver tus cosas flotando es sin duda impactante, pero también depende del apego a lo material. «Es tan triste el amor a las cosas porque las cosas no saben que uno existe», decía el poeta español Rafael Cansinos.
Otra historia son los objetos personales, aquellos que son parte de tu memoria: las fotos, los dibujos de tu hija cuando era pequeña, aquella tarjeta de felicitación con trabajosa caligrafía que un día garabateó tu hijo. Cosas engullidas por el lodo cuya pérdida golpea pero que son minucias emocionales en comparación con lo que debe ser perder un hijo, una madre, un amigo o una vecina.
Pasan los meses y poco a poco los espacios se van reconstruyendo. Estos, los lugares propios, son los otros jirones emocionales. Es duro ver engullidos por el lodo aquellos por donde paseabas habitualmente, aquella piscina en la que nadabas o aquel local en el que fuiste feliz en una celebración y que probablemente ya no volverá a levantar la persiana. Pero peor es, insisto, lo personal. Ir conociendo las historias de quienes se han quedado sin techo, de aquellas que salvaron sus vidas de milagro o las historias de quienes murieron o han muerto en vida. Algunas de personas conocidas, otras, no, pero que tenías muy cerca, a apenas unos kilómetros, siempre con el pensamiento recurrente de que podrías haber sido tú, o mucho peor, alguien de los tuyos.
En Psicología está estudiado que el impacto de una catástrofe natural como la Dana puede dejar importantes secuelas en la salud mental de las personas afectadas, algunas de las cuales, pueden empezar a emerger a partir del medio año.
Desde hace ya algún tiempo, en círculos de poder del Consell se traslada la idea de que el impacto de la Dana está ya amortizado. Aunque esta reflexión se acota al ámbito electoral (siempre la mirada en las urnas), dar por saldada esta tragedia no es más que una huida hacia adelante. Para miles de valencianos y valencianas ni hay, ni habrá normalidad.
Los espacios, decía, se van recuperando, pero la herida sigue abierta. Picanya, a diferencia de otros municipios cercanos, ha recobrado en algunas zonas su apariencia saludable de antes de la DANA, pero ese barranco sin puente ni pasarelas, con casas en ruinas, es la gran cicatriz, el monstruo de grandes fauces que sigue en el armario quién sabe hasta cuando.
Las víctimas de la Dana no necesitan cruzar este barranco para sentir que seis meses no son nada y que sí que hay males que duran cien años, sobre todo, si estos males, los que de verdad duelen y marcan, eran evitables.
Así, seis meses después, resulta grotesco que algo que es una realidad diaria y palpable para miles de personas, sea ignorado por unas pocas, justo las que en sus manos estaba minimizar los daños. Lástima, también, que el barranco no sea camino de paso obligado para quienes habitan palacetes.
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