Opinión
Sorolla, el sueño de todos los 'presidents'
Sorolla es una seña de identidad en este casi medio siglo de relativo autogobierno más solvente que el idioma propio o la bandera

Mazón y el el CEO de la Hispanic Society of America, Guillaume Kientz, en la institución neoyorquina. / Levante-EMV
No ha habido president valenciano que no haya soñado con Joaquín Sorolla. Es una seña de identidad en este casi medio siglo de relativo autogobierno más solvente que el idioma propio o la bandera, en el sentido de que no genera discusión a derecha o izquierda. Eso ya pasó. Es un elemento de atracción que siempre funciona. Las colas (aún recordadas) para reencontrar a Sorolla en 1989 en el entonces recién estrenado IVAM de la modernidad son imagen elocuente de esa conexión a tres bandas entre ciudadanía, pintor y política.
Esa relación da también para un análisis socioeconómico de la Valencia posfranquista porque el poder financiero, a través de la difunta caja de ahorros, ha sido el pegamento necesario habitual para cumplir los anhelos políticos con Sorolla.
Ni siquiera existía la ‘Comunitat Valenciana’ como tal y ya aparece Sorolla en una decisión cargada de simbolismo identitario, un gesto de recuperación del patrimonio perdido. Y en el otro lado, como ahora, Estados Unidos, la gran potencia económica. Otro símbolo. A finales de mayo de 1981, poco después de aquel intento de golpe de Estado rancio, de mostacho y tricornio (“se sienten, coño”) y cuando operaba un Consell preautonómico casi sin competencias, la entonces Caja de Ahorros de Valencia enviaba una misión a Nueva York para adquirir en subasta en Sotheby’s ‘Triste herencia’, posiblemente uno de los mejores cuadros de Sorolla (sin posiblemente) que llevaba ochenta años en EE UU, después de que los políticos españoles no se pusieran de acuerdo en 1902 para comprarlo. 132.000 euros (22 millones de pesetas) costó. Hoy la cantidad daría para un sorolla menor. Actuaba la caja, pero la decisión tenía una cargada vocación política de una generación que empezaba a conquistar las instituciones.
Como tuvo esa orientación la citada exposición en la presentación en sociedad del IVAM, con Joan Lerma en la Generalitat, Ciprià Ciscar de conseller de Educación y Cultura, Tomás Llorens de factótum del museo icono de la nueva València y Carmen Alborch de directora.
Quizá Eduardo Zaplana ha sido el presidente menos ‘sorollista’, aunque en 1999 inauguró en el Museo de Bellas Artes una exposición que venía del Thyssen con obra de la Hispanic Society, fundamentalmente los bocetos para los grandes paneles de ‘Visión de España’, un patrimonio que lleva 25 años yendo y viniendo.
En la etapa de Francisco Camps, los años de opulencia y burbuja, y de sublimación de un “espíritu” valencianista (bien entendido, of course, sin molestar al gran poder), se enmarca el gran proyecto sorollista de ‘Visión de España’, la recuperación y exposición de los paneles regionales por gracia del pulmón financiero de una Bancaja que sacaba pecho en toda España del poderío de la Valencia de la explosión urbanística, la misma en la que germinaban la especulación y la corrupción, que estallarían pocos años después.
Pero incluso en esos años de repliegue por la crisis financiera y la mascletà de casos de corrupción, Sorolla siguió siendo un clavo al que agarrarse, aunque fuera con recursos menguantes. En 2011 se pone en marcha la sala Sorolla del Bellas Artes, modesta, con etapas de alza y bajada, pero un espacio constante. Incluso se abrió un 'gabinete' (una salita, un rincón, poco más) en el Centre del Carme dedicado al artista ilustre.
Y así hasta la caída de un régimen y la llegada de una nueva izquierda polifónica, con la misión de levantar la “hipoteca reputacional”, pero para la que Sorolla continuó siendo el mismo anhelo. Febrero de 2018. Ximo Puig y Joan Ribó se ponen de acuerdo para un Museo Sorolla en el puerto de València, en el edificio del Reloj. El intento no pasa de la categoría de proyecto, sin embargo. Y en 2023, Puig une dos costosas adquisiciones, la del edificio de Correos (23,9 millones) y la de la colección Lladró de arte (3,9 millones), para volver a reivindicar a Sorolla.
Habrá que ver si ese Palacio de las Comunicaciones (nombre formal) vuelve a ser el destino de los sorolla negociados ahora por Carlos Mazón con la Hispanic Society. El pintor es el anhelo de todo mandatario, porque es un símbolo que siempre funciona, atrae miradas en los tiempos de esplendor y en los de crisis, como los de ahora del president.
Sorolla es un sueño para los jefes del Consell. Lo es también el museo con su nombre. Pero en más de 40 años de autogobierno nadie ha sido capaz de hallar la fórmula para reunir bajo un mismo paraguas la obra en posesión de distintas instituciones, públicas y privadas, ni de sumar al Museo Sorolla de Madrid (bajo el caparazón del ministerio) a la aventura. Con eso ya les digo que bastaría, sin necesidad de otras cesiones desde Nueva York, que seguro que estarán muy bien y siempre son bienvenidas. Cuando lleguen.
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