Opinión | Tribuna

València

Verdades absolutas

Carlos Mazón y Pedro Sánchez, el 31 de octubre en el Centro de Emergencias de la Generalitat

Carlos Mazón y Pedro Sánchez, el 31 de octubre en el Centro de Emergencias de la Generalitat / Europa Press

Observar la realidad política desde la distancia, habiendo estado en primera línea, proporciona una visión distante y distinta, con conocimiento y sin condicionamiento, aunque no me atrevería a tildar de objetiva, adjetivo que solo me atrevo a dar a los hechos, que son tozudos y no a las emociones que provienen de un sentimiento. Y la política es fundamentalmente emocional.

En efecto, creo que, en general, la opinión política es fruto de una emoción, más que de una reflexión. Por eso ante un mismo hecho objetivo, puede haber interpretaciones absolutamente contrapuestas.

Aunque ya hace tiempo que reflexiono sobre esto, en los últimos meses, con motivo de la dana se me ha hecho más patente esta realidad. La dana (Depresión Aislada en Niveles Altos) es una catástrofe natural derivada de un fenómeno atmosférico. En sí mismo, es un hecho objetivo, en el que no interviene la voluntad humana. Sin embargo, la enorme conmoción que ha supuesto en la sociedad este tremendo drama nos ha llevado a la necesidad de buscar culpables, como lógica consecuencia de tanto dolor. Y aunque al hecho en su mismo no se le pueda imputar culpabilidad alguna, sí que puede cuestionarse su gestión. Y esta reacción humana, tanto de las víctimas directas, como de las indirectas que somos todos, es comprensible.

Lo que no alcanzo a comprender es el reduccionismo al que estamos asistiendo. Para las posiciones de izquierdas el culpable es Mazón, y su gobierno. Para las posiciones conservadoras el culpable es el gobierno de Pedro Sánchez (que no él mismo, importante matiz que merece otra reflexión). Y este reduccionismo lo observo, no solo en los partidos políticos, que cada vez más nos tienen acostumbrados a esta simplificación de las cosas en pro de sus intereses, sino también en la gente, que cada vez más llevamos los hechos al terreno de nuestra ideología, convirtiendo la opinión en verdades absolutas (¿será verdad el famoso refrán de que nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira?)

Desde el punto de vista jurídico, hablar de culpables, significa asumir que el comportamiento, imprudente o negligente en la gestión de la dana -excluyo desde luego cualquier comportamiento doloso- fue la causa directa de las muertes. Jamás me atrevería a hacer una afirmación de este calibre, máxime cuando llegar a esta conclusión implica desgranar un complejo entramado jurídico y administrativo, difícil de entender sin un análisis exhaustivo que corresponde en todo caso a los tribunales.

La responsabilidad política por dicha gestión, de la que es más fácil opinar porque no requiere tanto rigor y entra en el terreno de la emoción, debería dirimirse en las urnas. Y aquí está precisamente la clave: cualquier hecho en el que interviene una emoción es válido para ganar la batalla de las urnas.

Pues bien, mi reflexión (para algunos seguro que muy ‘naif’) es que hay cuestiones que deberían estar por encima de la contienda política, y el dolor es una de ellas. El dolor humano hay que entenderlo, hay que respetarlo, hay que acompañarlo, hay que redimirlo, pero no hay que utilizarlo. El dolor no tiene color político. Utilizar el dolor es ruin.

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