Opinión
Del chaleco al traje de luces

Del chaleco al traje de luces / L-EMV
Mi amigo Paco es persona dotada para los trabajos manuales, eso lo sabe todo el mundo, incluido yo, que le llamo para colgar cuadros y arreglar cisternas. Envidio esas habilidades. Aunque a veces la cosa no funciona. Mire, si no, un día de esta semana en que decidió colgar una lámpara. Ufano tras la trabazón de cables, bajó de la escalera, restableció la corriente y le dio al interruptor. No funcionaba. Y lo que es peor, no funcionaba, según comprobó, ninguna otra luminaria o aparato eléctrico. Toqueteó eso que antes se llamaba “los plomos”; pero nada. Llamó a un amigo electricista: no pudo conectar. Así que se dedicó a otros menesteres para los que no es necesaria la luz artificial. Hasta que, pasado un rato, llegó su mujer, a la que manifestó compungido que algo había hecho mal, provocando la domiciliaria oscuridad. Ella le tranquilizó, manifestándole, con cierta ironía, que su afición por los trabajos manuales había provocado un apagón en toda España –menos islas y plazas de soberanía- y Portugal. Si todo el mundo tuviera su capacidad de autocrítica mejor nos irían las cosas. Creo.
En fin, así estamos. Las plagas de Egipto fueron diez. Ya me he descontado pero aún no hemos llegado. Lo que es muy molesto es que el partido egipcio enseguida se preocupa de echar la culpa a la Moncloa. Yo estaba preocupado por si la cosa duraba: ya veía a Ayuso convocando a sus cayetanos y borjamaris y valles en una esquina del barrio de Salamanca insultando al Gobierno de la Nación por privar de cerveza fría a la soberanía popular. Pero no les dio tiempo.
La verdad es que yo, tan poco dotado, en la edad adulta tirando a mayor, para las cosas del espíritu nacional, me sentí orgulloso con la reacción social: dejando aparte a la facción de cuñados electricistas y a los siniestros cultores de paranoias en red, la respuesta ciudadana y técnica fue ejemplar. Lo que algunos olvidan es que para arreglar los desaguisados no es preciso saber la causa del problema. Yo mismo rompo continuamente cosas, y las intento arreglar: a) dando golpes al aparato rebelde; b) tocando todas las teclas y botones; c) cambiando las pilas y, enseguida, cambiando las pilas nuevas de posición, por lo de los polos negativos y positivos. Algo así imaginaba que estarían haciendo los ingenieros. Pero lo que de verdad me aterrorizaba es que hubiera saqueos. Y esto no es broma. Una pandilla alborotadora en un barrio de gran ciudad que asaltara una tienda cualquiera podía ser la mecha para que la tarde y la noche se incendiaran, transfiriéndose el problema desde los gabinetes de expertos a la policía. Pero no pasó. Todo funcionó razonablemente bien. Con enfados y agravios. Por supuesto. Algunos nos recuerdan males endémicos, como el de los trenes. Pero para lo que podía haber pasado debemos sentirnos contentos.
Y ahora viene eso que llamamos “el relato” y que es tan antiguo como la política. Tan tonto me parece un derechista empeñado en echar la culpa a las energías renovables como un izquierdista a las nucleares o a las basadas en carbón. No toca. Es otro asunto. Ese debate es legítimo, imprescindible, pero, en los términos actuales de juego de suma cero no ayuda en nada a saber lo que ha sucedido ni a prevenir lo que pueda suceder. En el fondo, lo que causa estupor es que descubrimos que la complejidad nos domina, que no somos capaces –los humanos de sociedades opulentas, digo- de controlar toda la tecnología puesta a disposición de la resolución de casi todos (?) nuestros problemas y necesidades. O, dicho de otra manera: estamos creando problemas y necesidades que, con su tendencia al infinito, nos tienen en un ay continuo, en un sobresalto inacabable. En cierto modo esa es la base de la sociedad del riesgo. Podemos decir que el apagón, a diferencia de otras desgracias cercanas, no es de “origen natural”. ¿Pero es humano? La pandemia se originaba en un mal “natural” pero su propagación globalizada y rápida fue “culpa” de los avances humanos. Muchas catástrofes forestales, marinas o pluviales son, desde luego, naturales, pero no tendrían su virulencia ni causarían tantos estragos si no fueran aceleradas por el cambio climático o se atravesaran en su camino urbanismos enloquecidos. Vale: lo del volcán es plenamente natural. Y la bomba de un terrorista, humana, desgraciadamente humana. Entremedio figúrese usted la nómina de amenazas, con sus matices pertinentes. Y más: ¿queda algo a lo que podamos denominar “azar”? Y si así fuera: ¿el azar es humano o natural?
Por supuesto que queremos, que necesitamos saber las causas mecánicas del apagón. Tanto como saber por qué seguimos sin estar preparados para la adversidad –cada vez soy un mayor defensor de los kits de supervivencia autorresponsable- ni por qué somos tan dependientes de máquinas y construcciones que, en caso de fallo, conducen a colapsos peligrosísimos. Eso es materia prima de la política democrática. Cada vez con más intensidad. Critiquemos, si así lo deseamos, a todos los especímenes políticos que son incapaces de proyectar en el largo plazo, que apoyan cualquier “desarrollo” –léase: posibilidad de beneficio económico- y luego juegan a la defensiva, dispuestos a devolver al campo contrario cualquier pelota en crisis. Pero aceptemos que, en todo caso, sólo confiando en científicos y técnicos podremos saber la verdad. Que haya gabinetes que ya estén diseñando memes contra esa verdad, sea la que sea, es otro asunto.
Por lo demás se declaró la emergencia nacional en muchos lugares. ¡Qué alegría! Me da la impresión de que no ha servido para nada. Pero, bueno, lo mismo podría haber servido. En realidad aprovecha para algo: los Presidentes autonómicos, esa especie tan sensible, se quitan de encima sus responsabilidades. Esta contradelegación de competencias es una especie de eutanasia del Estado autonómico, administrada por las mismas Comunidades. Por supuesto todo sería más razonable si existiera una Conferencia permanente entre Estado, Comunidades Autónomas y Ayuntamientos para prever, planificar y evaluar riesgos y respuestas en una realidad multifactorial y compleja. Pero no. La emergencia nacional va a ser como Santa Bárbara: sólo nos acordaremos de ella cuando ha empezado a tronar; o cuando la luz de gas se apague.
En esto hay que reconocer que Mazón ha tenido un papel más que relevante. No pidió la declaración cuando la dana -¿recuerda usted la dana?- de lo que nunca se arrepentirá bastante porque hubiera transferido culpa, lo que no le vendría mal. Pero esta vez lo ha hecho. Al parecer cuando estaba volviendo el suministro, cuando ya se podía imaginar que, comparado con aquello, esto fue algo mínimo en la Comunidad Valenciana. Creo que esta vez también ha avisado de que no había luz. La verdad es que el hombre andaba en una mala semana: esto está perdido de líderes europeos como no ha estado desde que las tropas de Felipe V entraron en el cap i casal. Pero son líderes que le miran de manera aviesa. Que le soportan porque qué van a hacer. Y un Feijóo que le abraza como se abrazaba a los leprosos en la Edad Media. Y con una agenda fatigada con que ahora voy ahora no voy, ahora digo, ahora engaño. Todo muy ridículo. Mucho. Indigno. Lo acostumbrado. Así que no pudo ir a la Peregrinación de la Santa Faz en su amadísimo Alicante, la más grande que los siglos vieron, según he leído en periódicos que no sé cómo cuentan a los asistentes. 350.000. Si hubiera ido Mazón hubieran sido 350.001; escoltas, protección civil y 112 aparte. A mí me sabe mal que se le critique por no venir, y más cuando dicen que tiene un profundo significado religioso para los 350.000 peregrinos. Mazón ha reivindicado la laicidad. ¡Bravo por él! Lo que pasa es que como su partido reclama unción y pasión por las cosas de Dios y de los toros, pues se le echa más de menos. Pero él quería, le tiene afición. No sé si se hubiera puesto el chaleco ese tan molón que tiene, a modo de traje del emperador. O lo mismo el que, seguro, le prepararon para el día del apagón en Vox: un traje de luces.
Por lo demás que nadie sufra. He hablado con mi amigo Paco y, si es preciso, sigue dispuesto a asumir que la culpa del apagón la tuvo él.
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