Opinión
Resistencia y lección de la Fira del Llibre
Cuando tanto alrededor pinta oscuro y tanto invita a apartar la mirada, el viejo Kallifatides y la vieja Fira muestran un camino de compromiso con el futuro

Theodor Kallifatides, en la Fira del Llibre. Detrás, Manolo Gil, director de la Fira. / Eduardo Ripoll
En estos días que la televisión pública española resucita a algunas momias del corazón y los higadillos y que no son buenos tiempos en València para dormir bajo un puente del río ni para ser paloma (o palomo cojo de los de Eduardo Mendicutti), porque también a ellas las quieren expulsar de la ciudad, ha sido un gusto reencontrarse con la Fira del Llibre.
Estuve el último fin de semana y lo que observé es un proyecto asentado, sólido y convencido, que con etapas más dulces y otras olvidables, ha crecido sobre bases firmes porque lleva más de medio siglo de vida resistiendo a las precariedades que suelen acompañar a cualquier proyecto cultural independiente.
Independiente quiere decir que nace de la calle, la promueven entidades cívicas y empresariales, pero no quiere decir que no tenga derecho a financiación (una parte) pública, porque una parte de lo que hace (además de vender libros, cosa que está muy bien, mejor que armas) es servicio público. Fomentar la lectura y favorecer el primer contacto de los más pequeños con la tinta y el papel es, sobre todo, servicio a la sociedad, porque los libros (los hay de todos los guisos y colores) son la puerta de entrada a un pensamiento crítico (lo contrario de único), pilar central para una sociedad democrática y desarrollada.
La Fira no lo ha vuelto a tener fácil, porque las ayudas de 2024 a la Difusión del Libro y la Lectura no se convocaron en 2024, cuando la cosa cultural estuvo la mitad del año en manos de Vox, pero al final logró una aportación extraordinaria de 130.000 euros de Presidencia de la Generalitat, que es el emblema que aparecía en las lonas traseras y no el de la conselleria pertinente. No deja de ser significativo, una fiesta de libros sin la Conselleria de Cultura.
Existe un cierto simbolismo paralelo entre la vieja Fira de mala salud de hierro (ha cumplido 60 ediciones) y el viejo y sabio Theodor Kallifatides (87 años), que fue la estrella de esta edición. Contó el escritor tan sueco como griego (¿cómo dejar de ser de allí donde has aprendido a leer y ser?) ante una multitud que posiblemente empezó a ser escritor a los 5 años, cuando vio con su madre una ejecución pública a manos de los nazis que ocupaban su pueblo del Peloponeso e intentó expresar aquello con un lápiz sobre un papel, que entregó luego a su padre. Cuando este murió, años después, en su chaqueta llevaba aún ese trozo de papel del niño que acabaría teniendo que huir de su país y allí, entre el frío, acabaría conociendo mejor el dolor y la alegría del Mediterráneo. Entre el exilio y la emigración no existe una barrera tan grande.
Contó el viejo escritor también que es activo en redes sociales porque Jesucristo también tendría X (o Twitter o lo que sea) hoy y que pondría un mensaje diciendo «Amaos los unos a los otros» y sería el tuit más potente de la historia.
Cuando tanto alrededor pinta oscuro y tanto invita a apartar la mirada y huir de la realidad (lo dice un desertor comprometido) porque parece que ya nada sirve, Kallifatides y la Fira enseñan un camino de resistencia y compromiso que es una forma de creer en el futuro (palabra sagrada).
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