Opinión | Tribuna
La última frontera de PP y Vox
No hay mayor traición institucional que la del que calla mientras su socio de gobierno escupe. El silencio del PP es tan grave como las palabras de Vox

Manifestación contra la gestión de la dana del Consell en València. / Efe/Bruque
Decir que las víctimas de la dana son «interesadas» y que están «politizadas» es tan cruel como inhumano. No es solo una mentira, es una humillación. Una agresión política a personas que lo han perdido todo y que, aún hoy, siguen esperando una respuesta institucional que esté, como mínimo, a la altura del drama que vivieron. Lo que merecen no es sospecha. Merecen justicia, humanidad, paz y la posibilidad de pasar página con la máxima dignidad.
Las víctimas no solo sufrieron la fuerza devastadora del lodo. El señor Llanos, desde la sede de nuestro autogobierno, ha traspasado una línea que jamás debería cruzarse. La última frontera. Sin tapujos, Susana Camarero le ha comprado el mensaje. En la ultraderecha, ya cuesta distinguir el original de la copia. El señalamiento a las asociaciones de víctimas no es casual, responde a una lógica macabra. Es la misma estrategia que impulsa a negar el cambio climático y la violencia machista, o a ridiculizar las emergencias preventivas. Son los mismos que gritan «libertad» mientras recortan derechos y reducen el Estado a una caricatura.
La dana dejó a su paso un paisaje de destrucción, pero también nos enseñó un manantial de humanidad. Frente al agua y al miedo, hubo botas manchadas, manos tendidas, casas abiertas, camiones llegados desde todos los rincones de Europa con ayuda, y servidores públicos que no preguntaron a quién salvaban. El insulto de Vox no es solo a las víctimas: es un desprecio a toda la red de solidaridad que se desplegó para sostener a quienes más sufrían. Es un pisotón a los 30.000 militares, a los efectivos de la Policía Nacional y de la Guardia Civil, que perdieron compañeros y familiares, bomberos, sanitarios, voluntarios, alcaldes y alcaldesas que se dejaron la piel en momentos terribles.
¿Y el PP?, bien, gracias. Cómodo ante el avance ultra. Cómplice. En un apagón de seis meses en los que el señor Mazón ha ido adaptando su verdad según el momento político, judicial y social. Ha llegado a presentarse como víctima, antes que explicar qué hizo el 29 de octubre.
No hay mayor traición institucional que la del que calla mientras su socio de gobierno escupe. El PP ha dejado de ser un partido de gobierno. Hoy deshonra a la Generalitat para convertirse en rehén de una ultraderecha que impone su agenda desde el odio y la mentira. Su silencio es tan grave como las palabras de Vox. El silencio viene de un partido que dice ser de centro, que gobierna, que gestiona presupuestos, que toma decisiones. El mismo partido que fue incapaz de articular una respuesta eficaz ante la emergencia, hoy permite que se estigmatice a quienes todavía esperan una solución ¡Basta!
Este es el escudo del PP: la basura política. Los bárbaros que han saltado el muro y ocupan palacios oficiales y se permiten el nauseabundo atrevimiento de humillar a las víctimas. Nunca llegarán ni a la suela de los zapatos a quienes, con tanta dignidad, les recuerdan cada día su miseria humana. Ya no pueden ser más indignos. Ya no pueden avergonzarnos más.
Lo hemos vivido antes. Y lo sabemos porque lo hemos aprendido de las víctimas del metro de Valencia. De su lucha incansable. De su dignidad silenciosa. De su capacidad para resistir a los ataques, a las manipulaciones para desacreditarlas, al olvido institucional. Y también lo sabemos porque hubo periodistas tan valientes como Laura Ballester que decidieron estar del lado de la verdad, de la memoria y de la justicia. Una profesional que hoy también es blanco de ataques por parte de un PP que no olvida (pero por lo visto, tampoco perdona) su compromiso con las víctimas.
A todas ellas les debemos algo más que palabras. Les debemos una sociedad que no las revictimice, unas instituciones que las acompañen, una política que no las utilice. Porque una democracia se mide también por cómo trata a quienes han sufrido.
Lo dijo Hannah Arendt: «La esencia de los derechos humanos es el derecho a tener derechos». Y ese derecho empieza por no ser nunca más tratados como sospechosos por el simple hecho de haber sobrevivido.
No todo vale. No con las víctimas. No en nuestro nombre.
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