Opinión

Patrono Fundación por la Justicia

Europa en construcción

La situación actual cuestiona la fortaleza de una Unión Europea no ha resuelto, desde el principio, las exigencias sociales que los fundadores quisieron impulsar en su desarrollo solidario

Celebración del Día de Europa.

Celebración del Día de Europa. / Efe

Celebrando el día de Europa, 9 de mayo, y, de nuevo, seguimos, Europa en construcción. La Europa de hoy no puede continuar inacabada, como advierte Walter Hallstein, primer presidente que fue de la Comisión Europea, atribulado por no alcanzar a contemplar todo lo que pretendía. Tras las declaraciones del presidente Trump en su toma de posesión y siguientes, la cuestión resulta hoy más acuciante que nunca. Mantenemos una propuesta democrática y solidaria, como corresponde al espíritu fundacional, u optamos por el contrario por una realidad europea desviada de los principios que el Tratado de Roma, 1957, establecía.

La situación actual cuestiona la fortaleza de una Unión Europea, que, nacida tras una conflagración mundial y con fundamento inicial en temas económicos, no ha resuelto, desde el principio, las exigencias sociales que los fundadores quisieron impulsar en su desarrollo solidario, que desde Fundación por la Justicia compartimos. Un sistema de convivencia democrática, que contara con el necesario compromiso social. Por ello, cómo cabe entender de esta manera la respuesta insolidaria ante la inmigración o la pasividad en Gaza. Como también, cómo es posible, como advierte Alfons García en estas mismas páginas de Levante-EMV, 'Olvido de Europa', que nadie de la UE se solidarizara presencialmente, durante el congreso del PP europeo, con las víctimas de la Dana.

En 2004, todos los representantes de los Estados miembros aprobaron, en Roma, un Tratado para una Constitución Europea, que debía sustituir a los Tratados fundacionales, y que suponía la puesta al día de la idea de Europa que tuvieron los fundadores. El Tratado fue sometido a la aprobación de los ciudadanos de los Estados, y España sería la primera en aprobarlo, pero otros países, entre ellos, dos de los fundadores, Francia y Holanda, no lo hicieron y desde entonces falta un cuerpo jurídico actualizado, que aportara fundamento social a la Unión Europea.

La “non nata” Constitución incluía en su preámbulo las palabras de Tucídides: “Que el poder no esté en manos de unos pocos, sino de la mayoría”. Más tarde, en el claustro del Monasterio de los Jerónimos, en la capital de Portugal, 2007, vio la luz el Tratado de Lisboa, a medio camino entre el voluntarismo de unos y el posibilismo de otros. Únicamente sirvió para dotar de normativa de decisión más ágil a la Unión Europea, designando a un Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, que permitiera atender, con rapidez se pretendía, a los temas urgentes, como, en las actuales circunstancias, la guerra en Ucrania o el conflicto en Oriente Medio.

La situación actual no alcanza la generosidad de los fundadores de las Comunidades Europeas. Estadistas que nunca pensaron en elecciones próximas sino en generaciones venideras. Casi setentaicinco años más tarde del Tratado Constitutivo de París, 1951, que inició el camino hacia la actual Unión Europea, nos encontramos con la necesidad de avanzar en la construcción de la Europa que queremos. Recreando la familia europea, como pudiera advertir el discurso de Winston Churchill en la Universidad de Zúrich, 1946, 'Estados Unidos de Europa', para permitir el reconocimiento de la diversidad, contando con un texto social democráticamente aceptado. 

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