Opinión

Enrique Barón, Domènec Ruiz Devesa y Carles Arqués

València

De la paz a la supervivencia: 75 años de integración

Celebración del Día de Europa.

Celebración del Día de Europa. / Efe

El jueves toda Europa conmemoraba el 80 aniversario del final de la II Guerra Mundial, y hoy celebramos el Día de Europa y los 75 años de la Declaración del 9 de mayo. Estos dos acontecimientos, la derrota del nazismo, y la visión de Schuman y de Monnet, abrieron, respectivamente, la vía al orden multilateral basado en reglas, y a la construcción de la unidad europea, pero también al mundo bipolar y al fin de la hegemonía de los imperios europeos sobre el resto del mundo.

Hoy, el orden de 1945, reforzado en 1989, está seriamente cuestionado por Putin y Trump, es decir por las dos potencias que lo construyeron, sobre todo los EEUU, pero también por Netanyahu, potencias revisionistas como Irán, Corea del Norte, o China, y por otras razones, por muchos líderes del llamado Sur Global que aspiran a otro reparto del poder global y a una reforma del multilateralismo.

En cierto modo, la unificación federal europea es ahora aun más necesaria que en 1945. Entonces la integración supranacional era necesaria para poner fin a las guerras entre europeos, y para crear un mercado común que sustentara nuestra prosperidad económica. No es poca cosa, con todas las imperfecciones que se quieran sacar a relucir.

Pero si queremos preservar nuestro modelo social y nuestra seguridad, una Europa más unida y más fuerte es imprescindible para garantizar nuestra supervivencia como sujeto de la Historia en la nueva geopolítica mundial. La Historia o se hace o se sufre. Somos una parte mucho más pequeña de la población y la economía del planeta que hace ochenta años. En 1950 la actual UE representaba el 14 por ciento de la población mundial. Hoy somos el 5 por ciento. En 1970 el PIB de la UE-27 representaba el 25 por ciento de la economía mundial. Hoy constituye el 7,7 por ciento.

Ya no contamos con el apoyo de nuestro aliado tradicional, Putin amenaza nuestra seguridad desde el Este, y corremos el riesgo de perder la carrera tecnológica con China y Estados Unidos. Europa debe ser un actor geopolítico, más cohesionado internamente desde el punto de vista institucional, y capaz de organizar su seguridad y defensa y de proyectar poder hacia el resto del mundo, en defensa de sus valores e intereses. Pero este nuevo orden también puede ser una oportunidad para Europa, que ya no sería solo libre y unida, sino también independiente, constituyendo un cuarto polo no imperialista, dedicado con otros países y regiones del mundo a preservar el comercio internacional y el orden multilateral.

Esto supone un cambio cultural en la construcción europea. La UE nació como un proyecto de paz cosmopolita, es decir lo contrario de la política del equilibrio de poderes, las esferas de influencia, o de la política de potencia. La construcción europea desde los años cincuenta se mira al espejo y ve a Kant, no a Maquiavelo. No por casualidad hemos construido juntos un gran mercado y una moneda, no un ejército común. Este modelo floreció en la inmediata posguerra fría, con el momento unipolar, la protección estadounidense, la reunificación de Europa, la expansión de la globalización, el multilateralismo, y la democracia.

Pero desde la invasión a gran escala de Ucrania y la vuelta de Trump ya no vivimos en ese mundo, que no volverá, incluso cuando aquel acabe su mandato en 2029. En consecuencia, Europa debe organizar su propio sistema de defensa, que ya no puede depender exclusivamente de la OTAN, pero sí puede ser su pilar europeo. Pero esto requiere poner a disposición ingentes recursos, evitar el riesgo de una colección de rearmes nacionales descoordinados, y crear una cadena de mando europea, como ha propuesto Draghi.

Carecemos de capacidades suficientes en inteligencia, comunicaciones, misiles de largo y medio alcance, sistemas de defensa antiaéreos y un largo etcétera. Tampoco disponemos de los 300.000 soldados que se necesitan para la defensa territorial de Europa si los estadounidenses se retiran del continente. Colmar estas lagunas requiere no menos de 230.000 millones de euros adicionales al año y no bastará con emitir de nuevo deuda europea si no acordamos a la vez como vamos a amortizarla, poque además hay que invertir más en innovación, reindustrialización, y transición ecológica y digital. No puede haber deuda sin impuestos, ni rearme a costa del Estado del Bienestar.

En efecto, Europa hasta ahora se ha caracterizado por su potencia comercial, normativa, y hasta monetaria. En estos tres cuartos de siglo hemos unido muchas dimensiones de nuestra vida económica, social, y política. Pero hay dos elementos esenciales del poder de los que carece Europa: ejército y tributos. Así nacieron los estados modernos, que disponían de la capacidad de recaudar impuestos para financiar las campañas militares.

Pero también las federaciones, que siempre se dotaron de una fuerza para defenderse del enemigo exterior, y de unos impuestos para financiarla, como hizo Hamilton en los Estados Unidos. Por tanto, el establecimiento de un Sistema de Defensa Europeo va a requerir una unión política más estrecha, porque ya sabemos que hay monedas sin estado, incluso estados sin ejército, pero no ejércitos sin estado o al menos sin una federación.

La Declaración de Schuman decía que la Comunidad Europea del Carbón y del Acero era el primer paso para la federación europea. Sin una dimensión fiscal y militar no podremos proyectar nuestro poder en la geopolítica mundial, ni sobrevivir en esta nueva era histórica de rivalidad multipolar, o de regreso de la Historia con mayúsculas, pues el período posterior a la caída del Muro de Berlín no fue el fin de la misma, sino una suerte de vacaciones de aquella.

Domènec Ruiz Devesa, Presidente de la Unión de los Federalistas Europeos (UEF) y Exeurodiputado

Enrique Barón Crespo, Presidente de UEF España y Expresidente del Parlamento Europeo

Carles Arqués, Presidente de UEF Comunitat Valenciana

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