Opinión | CRÓNICAS DE LA INCULTURA

La balsa de piedra

La Red Europea notifica dos oscilaciones en toda Europa media hora antes del apagón

La Red Europea notifica dos oscilaciones en toda Europa media hora antes del apagón

Muchas personas adoran los estudios históricos –y su sucedáneo las novelas históricas, como se pudo compobar en la reciente feria del libro– por aquello de que, como decía Cicerón en De Oratore, «historia est magister vitae» [la historia es la maestra de la vida], expresión que se ha convertido en un tópico del discurso. Bueno, en realidad no lo dijo en este latín macarrónico, sino que sus palabras textuales fueron: «Historia vero testis temporum, lux veritatis, vita memoriae, magistra vitae, nuntia vetustatis, qua voce alia nisi oratoris immortalitati commendatur?» [la historia misma, testigo de los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida, mensajera de la antigüedad, ¿con qué otra voz sino la del orador se encomienda a la inmortalidad?]. Traducido a la época moderna: la historia solo se convierte en guía intelectual si se difunde y, sobre todo (añado yo) si dicha difusión se ejerce desde los medios de comunicación. He aquí la inescapable responsabilidad del periodismo.

Digo todo esto a propósito del apagón. ¿Quién se guardaría de opinar sobre el agitado lunes 28 de abril? Que si ciberataques, promovidos por Putin, por los radicales islámicos o, vaya usted a saber, por Trump, al que se le resiste una Dinamarca empeñada en no dejarse deglutir; que si la responsabilidad es del gobierno o de las compañías eléctricas; que si hicimos el ridículo en Europa; que si habrá que replantear lo de las renovables, una política energética que por lo pronto se ha llevado por delante toda la belleza de la España interior convertida en un bosque de molinos ululantes… Hay opiniones para dar y vender. Por eso me atrevo a destacar un aspecto en el que creo no se ha insistido lo suficiente: el apagón solo afectó a la Península Ibérica, es decir, a España y a Portugal. Hubo un primer intento de involuctar a Francia y a Alemania en el relato, pero obviamente no prosperó. Y ustedes me dirán: ¿qué interés tiene la dimensión ibérica del desastre, aparte de la reconvención de Luis Montenegro, primer ministro de Portugal, al país vecino y, por supuesto, a su gobierno? Pues miren: de redes eléctricas no entiendo ni papa, de ataques cibernéticos tampoco, pero del problema cultural que representa la afección exclusivamente española y portuguesa del apagón algo se me alcanza. Todo huele a un rebrote repentino de iberismo.

Como suele suceder, los artistas ven más allá de sus narices mientras que los eruditos tendemos a quedarnos cortos. En 1986 se publicaba «A jangada de pedra» [La balsa de piedra], una novela de ficción histórica en la que Saramago imagina que un fenómeno sobrenatural ha separado la península ibérica del resto de Europa y la ha convertido en una balsa de piedra que navega a la deriva en dirección a las Azores. Es curioso que sea una de las obras menos populares del premio Nobel portugués, un escritor que conocía muy bien ambos países, hasta el punto de haber nacido en uno de ellos y fallecido en el otro. Esta falta de interés del público se debe en parte a que se trata de una novela escrita en clave filosófica y en parte a que toca un tema vidrioso de la cultura peninsular: el iberismo. Se conoce por tal el proyecto de reunificación de España y Portugal en un solo estado. Atención: es una aspiración política que no puede adscribirse a una sola ideología. Hemos oído a Abascal hablando de la iberoesfera en el congreso: se trataba de romper la UE, algo muy propio de quien se declara seguidor de Donald Trump. Al fin y al cabo de casta le viene al galgo: los generales que se rebelaron contra la II República en 1936 concibieron una invasión y posterior anexión de Portugal y, según parece, Franco, que ya había redactado un proyecto en este sentido durante sus estudios en la Academia General Militar, se lo expuso a Hitler en la célebre entrevista de Hendaya. Pero no por ello deberíamos tildar el iberismo de proyecto de derechas: Oliveira Salazar, el autócrata portugués, estaba aterrorizado por el proyecto de República socialista de los pueblos ibéricos de Largo Caballero y apoyó a Franco como mal menor.

En realidad el iberismo, que postularon escritores como Unamuno y Ganivet en España, o Almeida Garret y Pessoa en Portugal, viene de muy lejos como actitud ante la desgracia compartida. La invasión de Roma afectó por igual a ambos países, la de los guerreros bereberes del Islam también, la de Napoleón otro tanto. Solo 1640, cuando Portugal se separa de la monarquía española, representa un corte radical. Lo del apagón tiene toda la pinta de tratarse del último episodio iberista. Que sea para bien, aunque no estaría de más que se comprasen un transistor y un camping gas. Por si las moscas.n

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