Opinión | VIENTO ALBORNÉS
El sepulcro del doncel
Por motivos que sería largo enumerar, el llamado sepulcro medieval del doncel de la catedral de Sigüenza, en postura recumbente leyendo un libro, amén de su significado para la ciudad seguntina, siempre nos recuerda la propia juventud perdida y la eternidad de tantos libros como piedras. Esa sepultura, que anuncia la llegada de la civilización renacentista y nos admira, tiene distintos reversos para observar la cara oculta de la luna; así, el titular de la misma era Martín Vázquez de Arce, empleado de los poderosos Mendoza y doncel formado en las letras y las armas, que perdió la vida en la guerra de Granada contra los nazaritas, pese a su sereno gesto intelectual que haría pensar en tiempos mejores, silente permanece.
Otro pliegue del sepulcro nos lleva directamente a Mariano José de Larra y su única novela -se suicidó en 1837 a los 27 años- titulada El doncel de don Enrique el Doliente, que conduce a la época de Enrique III de Castilla, llamado Doliente por su frágil salud, y a Vázquez de Arce como inspiración para su Trovador con amores adúlteros que le llevan a la muerte, al estilo Vinatea. Larra simboliza, como periodista y político, justamente lo contrario de lo que ahora vemos demasiado en esas nobles profesiones y/u ocupaciones intelectuales, y el lector doliente sufre el sintagma «muera la inteligencia», que vuelve a ponerse de moda y nos retrotrae al tropel de monarquías absolutas y dictaduras militares, a veces combinadas, de los siglos XIX y XX en España, silenciada.
Quizá el mes de mayo, antaño florido y hermoso, ha llegado pleno de nostalgias, pues tras un marzo tradicionalmente fallero en València -aunque el agua estuvo aún en el centro de las actividades festivas y también las políticas- hemos vivido un inusual abril que podríamos denominar como el mes de la oca, pues hasta terminar en la conmemoración del Día internacional de los trabajadores, 1º de Mayo, y su puente, hemos vivido aquí un mes de puente a puente y tiro para que no me lleve la corriente, como en el juego de mesa, aunque para la memoria de los valencianos y valencianas se cumpliese un semestre desde que la arramblada homicida fuese derribando uno a uno casi todos los puentes que cruzaban su paso, aún no repuestos.
Puente final que en la comunidad autónoma de Madrid refuerza el Dos de Mayo, recordando la penúltima invasión francesa del reino de España, donde se volvió a montar un zafarrancho político y pluvial que nos consolaba un tanto por no ser el PV una autonomía rara cuyas Corts ya ni conmemoran el 25 de Abril foral, y jamás el 14A republicano, cuando València fue capital española; pese a seguir los actos enfrentados en Madrid, no pudimos escuchar algo que el periodista Arcadi Espada transcribió en su página dominical (‘El Mundo’, 4-V-2025) del discurso de la presidenta Díaz Ayuso, ante la vieja DGS y hoy CAM, advirtiendo que era un párrafo intecleable (sic): «Muchos valencianos nos han contado que en los peores momento de la dana, cuando perdían la esperanza, aparecía un uniforme o una camiseta con la palabra Madrid y les dio confianza, les dio seguridad, y supieron que a partir de ese momento todo iba a ir un poco mejor». Una pétrea faz. Doliente. Acallada.
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