Opinión
Dolor sin carnet. Cuando el sufrimiento molesta
Una persona afectada lo es con independencia de su ideología, religión, clase social o de si conoce a alguien del ayuntamiento. El barro no pregunta

Marcha silenciosa en Aldaia en memoria de las víctimas de la dana. / Ana de los Ángeles
En este país tenemos la mala costumbre de clasificarlo todo: las ideas, las personas… y hasta las tragedias. Y eso, además de ser injusto, es miserable. Lo estamos viendo otra vez con las víctimas de la dana. Personas que lo han perdido todo, que han vivido el miedo, la incertidumbre, la ruina… y ahora, encima, tienen que soportar el juicio político de turno. Porque si pertenecen a una asociación, o militan en un partido, o simplemente tienen una opinión, ya parece que pierden el derecho a ser tratadas como víctimas. Pues no. Una persona afectada lo es con independencia de su ideología, religión, clase social o de si conoce a alguien del ayuntamiento. El barro no pregunta a quién votas antes de meterse en tu casa.
A estas alturas deberíamos tener claro que el dolor no entiende de colores políticos. Las víctimas, todas, merecen respeto. Y ser escuchadas. No cuando toque en la agenda del político de turno, no cuando dé rédito electoral, sino siempre. Porque para eso están también los políticos: para atender a su gente cuando lo pasa mal. No solo para hacerse fotos el día después del desastre con las botas de agua limpias.
Y no estamos hablando de un caso aislado. Esto ya lo vivimos en la Comunitat Valenciana con las víctimas del accidente de metro del 2006. El PP de entonces cometió el gravísimo error de mirar para otro lado, de tratar de minimizar el dolor, de dejar a las familias solas. De no escucharlas. Y ese ninguneo pesó más que la tragedia misma. Aquel episodio debería haber servido de lección para todos. Pero no. Parece que algunos aún no han aprendido nada.
Esto ya lo vivimos en la Comunitat Valenciana con las víctimas del accidente de metro del 2006
Ahora se vuelve a cometer el mismo fallo: poner en duda el testimonio de las víctimas, cuestionar su legitimidad, usar comisiones de investigación como arma arrojadiza en lugar de herramientas para buscar la verdad y mejorar lo que falla. Porque seamos claros: muchas de esas comisiones acaban sirviendo para poco más que para rellenar titulares y alimentar el postureo político. Hay quien se acuerda de las víctimas solo cuando conviene. Y eso es asqueroso.
Las víctimas —de una catástrofe natural, de un accidente, de un atentado o de una negligencia institucional— no son de izquierdas ni de derechas. No son de Podemos, ni del PP, ni de Compromís, ni del PSOE, ni de Vox. Son personas. Ciudadanos y ciudadanas que un día, sin comerlo ni beberlo, se vieron arrastradas por una desgracia. Y tienen derecho a vivir su duelo como quieran. A expresarse como necesiten. Y a hacerlo, si les da la gana, en una comisión de las Corts, en un plató de televisión o en la plaza del pueblo. A ver si ahora resulta que por ser miembro de un partido político no se puede tener dolor. O que si eres activista social, tu palabra vale menos. Es el colmo.
Lo que deberían estar haciendo los responsables públicos, todos, es dejar de medir los tiempos con la calculadora electoral y empezar a mirar a la cara a quienes sufren. Escuchar. Atender. Pedir perdón si toca. Buscar soluciones reales. Y dejar de usar el nombre de las víctimas como munición en la guerra política. Que ya está bien de este circo.
Porque no hay nada más cobarde que callar a una víctima por miedo a que su historia incomode. Y nada más valiente que darle voz, aunque no te guste lo que dice.
Y porque lo mínimo que se merecen quienes han sufrido es que se les trate con dignidad. Sin etiquetas. Sin intereses. Con humanidad. Eso que tanto escasea a veces en nuestros parlamentos.
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