Opinión | Bolos
El perdón de González Pons
El obligado consuelo ha sido imposible por un cuestionable cálculo político

Esteban González Pons, durante su reunión con los representantes de las víctimas de la dana, este miércoles en Bruselas. / ACN
A sabiendas de que Esteban González Pons es el popular valenciano más centrado, ideológicamente hablando, él no ha sido el primero del PP en pedir perdón. Hay que esperar que tampoco sea el último. Hacerlo en Bruselas y después de la empatía de Ursula Von der Leyen con las asociaciones de víctimas de la dana, ha sido mayúsculo el altavoz, sin duda, porque además de paso puso en aprieto a Carlos Mazón, aunque eso le sale espontáneo. Mucho antes que el todopoderoso eurodiputado valenciano, hubo otros, como el presidente de la Diputación, Vicent Mompó, y la vicepresidenta Susana Camarero, por cierto, las dos figuras más emergentes del PPCV, Feijóo mediante. Ambos se calzaron las botas en los peores días de fango, y escucharon a cientos de damnificados, incluso consolándolos dentro de las paredes manchadas de barro de algunas casas destrozadas de la zona cero. Los dos han tenido una fina sensibilidad huyendo del foco partidista. Igual que María José Catalá y Pilar Bernabé, para ser precisos.
Los representantes de las víctimas y damnificados han tenido que irse a miles de kilómetros para que les escuche algún responsable de una administración. Esa distancia física y personal con el Consell, y también con el gobierno de Madrid, resulta lo peor de esta escena. Esa inacción hace de los desacreditados burócratas de Bruselas unos benditos, y los pone a la altura de la santimonia del nuevo Papa en su compromiso de conseguir la paz en el mundo. Una germana y un estadunidense andino ha sido más cordiales que Mazón y Sánchez.
El obligado consuelo ha sido imposible por un cuestionable cálculo político, el mismo que tuvo Francisco Camps con los familiares de los fallecidos en el accidente del metro de 2006. Ni antes, ni ahora, vale instrumentalizarlos, ni mucho menos despreciarlos, solo atenderlos. La tragedia que llevarán encima durante años les permite todo el amparo posible, aunque sin perder tampoco la compostura, porque en todas las catástrofes siempre salen interesados, y la barrancada tampoco es una excepción. Seguimos sin aprender nada.
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