Opinión | Nubosidad Variable

València

Contra las palomas

A lo largo de la historia, no hay alimaña más abyecta y que a la vez haya logrado tan buena fama como las palomas

Valencia tiene un plan para reducir la población de palomas.

Valencia tiene un plan para reducir la población de palomas. / Efe/Escobar

A la tradicional mugre de la ciudad de Valencia se superpone una granizada periódica y pertinaz de excrementos de paloma, los nidos infectos y la tabarra de sus zureos. Los vecinos están hartos. Y dice la concejalía del ramo que va a tomar cartas en el asunto. Pero yo no me lo creo.

A lo largo de la historia, no hay alimaña más abyecta y que a la vez haya logrado tan buena fama como las palomas. Empezando por el Antiguo Testamento, cuando tras el diluvio universal (¿o habría que decir la dana?), Noé soltó una paloma y esta regresó al arca con una rama de olivo en el pico, señal de que había tierra firme cerca. La gloria del pajarraco siguió luego en el evangelio según San Mateo: Juan bautiza a Jesús y el Espíritu de Dios baja “como una paloma”. A partir de ahí, el Espíritu Santo, o el Paráclito (vaya nombrecito), se representará por una paloma que, entre otras misiones, se supone, ilumina a los cardenales en la elección de los pontífices.

Veinte siglos y muchas vírgenes de la paloma después llegaron los comunistas que, en plena guerra fría, encargaron a Picasso un símbolo para su propaganda pacifista y les pintó la famosa paloma de la paz. Que no es la misma que la de Rafael Alberti que tantos cantaron, porque esta “se equivocó…”, menos mal. En el fútbol televisivo de mi infancia, una estirada espectacular del portero era una palomita. Y hasta en la política, las palomas han sido el símbolo de los conciliadores frente a los intolerantes halcones.

Con semejante aparato de religión y propaganda, las palomas son poco menos que intocables. Pero las tradiciones están para romperlas, como dijo en cierta ocasión la reina Doña Letizia. Naturalmente no se refería a la gran tradición monárquica, sino a algo más de andar por casa, como el trago de pasar las vacaciones veraniegas con su suegra en el palacio de Marivent. Pero en fin, la idea está muy bien. Las tradiciones están para romperlas, incluida las hagiografías de las palomas y ¿por qué no? la tradicional forma de Estado que representan el marido y el suegro de la ciudadana Letizia Ortiz. 

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