Opinión | En el barro
¿Es posible otra València?
La pintada, el titular y el libro dejan un mundo de hoy más adulto que el mío, más realista y menos fácil de engañar con ilusiones y espejismos.

Una familia recorre en bicicleta el centro de València. / L-EMV
¿Cuánta vida te cuesta el alquiler? La pregunta ha aparecido en forma de pintada en dos paredes cerca de casa. La pregunta me incomoda. a) En el grafiti no hay utopía ni romanticismo, no hay grandes ideales, ni siquiera grandes desastres humanitarios contra los que convendría alzar el bote de espray (Gaza, Ucrania…) b) Como consecuencia de lo anterior, hace que me sienta viejo, alejado del pálpito del mundo de hoy. La reivindicación de este tiempo con aroma de fin de ciclo es materialista e individualista. Diría que es la proclamación del triunfo del neoliberalismo, la rendición de la calle en un ataque de realismo. "Bajos los adoquines está la playa”, pintaban en París en 1968. Los sueños de hoy son de andar por casa, de ‘qué hay de lo mío’ y ‘no me venga usted con historias’. Sueños pegados al terruño. No es que en la era de las ilusiones el común de los mortales no viviera y pensara en lo material y propio, pero los anhelos que trepaban a las paredes eran otra cosa. No es nostalgia. Solo intenta ser descripción. Los anhelos de hoy no son mejores ni peores. El mundo es otro.
Los hilos de la realidad se me juntan. Un titular dice que el sueño de ser funcionario está cada vez más extendido. Es así porque una encuesta concluye que el 68 % de los que tienen un empleo estable en la empresa privada lo abandonarían por una plaza pública. La noticia me asalta mientras leo Oposición, de Sara Mesa, sobre lo mismo, sobre el poder de atracción de la seguridad y la búsqueda de tiempo propio.
La pintada, el titular y el libro dejan un mundo de hoy más adulto que el mío, más realista y menos fácil de engañar con ilusiones y espejismos. Este capitalismo cansado, sin escapatoria, es lo que hay y quienes conjugan la vida aún en futuro se plantean no otro mundo o uno mejor, sino cómo conseguir una estancia más cómoda en este: un trabajo seguro, con un ingreso que no será el mejor pero es estable, un alojamiento que no te cueste la vida y tiempo para vivir. No hay engaños ya: el trabajo no es la vida, solo un instrumento necesario para ella. Es una transacción pura y simple: esto va de venta del tiempo propio sin más adornos ni espejismos, ni todo aquello de las realizaciones personales de mi generación, adicta al trabajo y los trampantojos.
Desamparados. El mundo de hoy es también el de la desafección política y los populismos autoritarios. Todo baja mezclado en el mismo cóctel. La ausencia de soluciones a los problemas cotidianos invita a apartarse, buscarse una cierta seguridad por uno mismo y a dejarse seducir por fórmulas radicales y rupturistas. La democracia se corrompe cuando no atiende a la ciudadanía. La barbarie nace del desamparo, de extender el sentimiento de que el ciudadano vulgar no cuenta. Desamparados. Algo más que una imagen mariana que tocar un domingo de mayo.
Un rasgo del mundo de hoy que ayuda a esa sensación de desamparo es que todo parece definitivo e inmutable. Solo hace falta mirar las calles. Las ciudades son iguales allí por donde vayas, como si caminaras por la misma si no fuera por unos cuantos monumentos viejos que las salpimientan y diferencian. Y los problemas se repiten como si fuera una plaga que asola el primer mundo: viviendas a precios desorbitados, precariedad, calles históricas llenas donde cada vez residen menos vecinos, reemplazados por visitantes de paso, donde las franquicias expulsan a las tiendas y el consumo sustituye al gozo de respirar otro aire.
Barcelona, Málaga, València, Palma, Sevilla… (Madrid parece en otro planeta, como si hubiera pasado a otra pantalla sin avisar). Importa poco si manda derecha o izquierda. La Barcelona socialista que hoy acelera en la compra de vivienda pública es hija de gobiernos conservadores independentistas y de otros de izquierda alternativa hasta convertirse en paradigma de la turistificación. La València de hoy viene de 8 años de mando progresista en los que se peatonalizó y ‘bicicletó’ mucho, pero no pudo (o no supo) contener la ola de masificación y gentrificación. La de hoy, conservadora, pone coto al crucerismo y abre la mano a los hoteles en busca de turismo más selecto, pero lo más posible es que el flujo de la ola no se rompa.
No tengo certeza alguna de que pueda ser posible otro modelo de ciudad. Quizá no haya escapatoria. Pero lo más sensato sería intentarlo desde unas bases que vayan más allá de la dialéctica frentista de derecha e izquierda. No desde fuera, sino desde un consenso que implique y desborde a los partidos, con la sociedad civil. Porque el camino no es de 4 ni de 8 años. No es una senda de hacer y deshacer. Sería lo más sensato también para combatir el desamparo político, el desencanto que corroe la democracia.
Algo habrá que poner también por parte de cada individuo quejoso. No voy a enmontañarme. No sé hacer un nudo en condiciones. Pero mi propósito personal es no viajar a estas capitales clonadas y buscar espacios de menor atractivo cultural e histórico, seguro, pero donde el que llega aún siente que merece una sonrisa y no hacen falta empujones para ver otro paisaje. Lo dejo por escrito.
- Almussafes restringe el acceso a la piscina ante el aumento de usuarios de municipios sin zonas de baño
- Un maltratador provocó el incendio que mató a una paciente en La Fe tras amenazar a su exmujer
- MAPA: Consulta qué nota ha sacado tu IES en la PAU 2025
- Un segundo de descuido, un paso atrás un centímetro más corto, y pasa lo que pasa
- La enfermedad cada vez más extendida pero con pocos profesionales que la traten: 'Los casos más graves pasan primero
- «No queremos ser de los pocos pueblos con el topónimo aún en castellano»
- Desplome de notas en las PAU: un tercio de los estudiantes suspenden Historia de España o Valenciano
- Investigado por dejar a sus siete caballos al borde de la muerte sin comida ni agua en Oliva