Opinión | Tribuna abierta

Directora del IVAM

Reimaginar los museos en comunidades en constante cambio

Los museos no se limitan a la conservación; son también espacios de construcción comunitaria.

Imagen de archivo del IVAM.

Imagen de archivo del IVAM. / Miguel Lorenzo

El dixieland, estilo musical surgido a principios del siglo XX en Nueva Orleans, fue el resultado directo de una comunidad en constante transformación. En los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, en los salones de Storyville —el barrio rojo de la ciudad—, músicos afroamericanos y europeos refugiados del conflicto improvisaban juntos durante las noches más densas. En esos encuentros espontáneos, en los que se fusionaban marchas militares europeas, cantos espirituales y ragtime, comenzó a gestarse un sonido que no buscaba demostrar nada, sino celebrar la vida en comunidad.

Esa música fue, como el lema del Día Internacional de los Museos de este año, una respuesta artística de una comunidad en constante cambio. Una de las formaciones más veteranas del estilo, Original Dixieland, del Colectivo Sedajazz, será uno de los principales atractivos de la programación del IVAM para esta celebración.

El Día Internacional de los Museos no solo se presenta como una festividad, sino también como una oportunidad para repensar las instituciones culturales, su relación con las comunidades y los territorios que las sostienen. Desde el IVAM proponemos una programación que se inscribe en un debate imprescindible: el de cómo construir culturas comunitarias que fomenten saberes compartidos, territorios afectivos y memorias vivas.

Hablar de cultura es, en esencia, hablar de cultivo. La raíz etimológica latina colere implica cuidado, labor y convivencia, un concepto que se aleja de la idea de acumulación de objetos y conocimientos, para acercarse a la noción de cultura como un proceso vivo, situado y colectivo. En este sentido, los museos del siglo XXI —y en particular el IVAM— asumen el reto de funcionar no como meros contenedores, sino como plataformas abiertas de aprendizaje, transmisión y encuentro.

En línea con esta visión, la programación despliega también formatos que diluyen las categorías convencionales, creando espacios de encuentro y transferencia. Lo festivo, lejos de ser mero entretenimiento, se reivindica como una práctica relacional y política, capaz de generar identidades compartidas y posibilidades de futuro.

Una de las decisiones ha sido horadar las entrañas del museo. La apertura al público de áreas tradicionalmente reservadas —como almacenes, muelles de carga, cámaras acorazadas y talleres de restauración— va más allá de una acción de transparencia institucional; constituye un gesto político y pedagógico que revela las tramas invisibles que sustentan la preservación de nuestro patrimonio. Como en casi todos los ámbitos, las tareas de cuidados resultan casi imperceptibles. De este modo, los visitantes podrán explorar itinerarios ocultos de las piezas, poniendo en valor no solo los conocimientos técnicos, sino también los afectivos que sostienen nuestro acervo material.

Los museos no se limitan a la conservación; son también espacios de construcción comunitaria. La participación de colectivos como els Grans de l’IVAM, los abuelos y nietos de la Escuela de Bellas Artes o el grupo Extraordinari evidencia esa voluntad de desdibujar las fronteras entre espectador y creador, entre experto y aprendiz. En este marco, la cultura se convierte en una red de exploración colectiva que sostiene y transforma memorias, tanto individuales como colectivas.

A estas acciones se suman otras, como las visitas nocturnas a las exposiciones, la apertura de una muestra dedicada a revisar el fanzine como espacio de vanguardia e innovación en España -rescatando formas de cultura popular y autogestionada- o los nuevos Diálogos de Sofía Alemán en torno a Pinazo, que interpelan las narrativas del patrimonio museal desde perspectivas contemporáneas.

Estas iniciativas sugieren nuevas formas de institucionalidad, más porosas y menos jerárquicas, capaces de acoger tanto especulaciones pasadas como futuras. Nos invitan a pensar en pedagogías que no buscan demostrar sino mostrar, desvelando las redes más invisibles que sostienen la vida en un museo y proponiendo otros modos de habitarlo: no como un gestor de lo visible, sino como taller de memorias vivas.

En un mundo atravesado por una policrisis, repensar los museos como espacios de cultivo común no es una opción, sino una necesidad ética y política. Que el IVAM abra sus puertas, sus almacenes y sus memorias a la ciudadanía es una forma de recordarnos que la cultura no solo se gestiona: se cultiva, se comparte y se celebra.

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