Opinión
La discapacidad de Reig Pla
Este prelado, retrógrado donde los haya, se quedó en el seminario. Las teorías que ahora intenta abonar fueron alimentadas y propaladas por la Iglesia Católica hace 80 o 90 años

Juan Antonio Reig Pla, en una misa en 2022. / Ricardo Rubio/EP
Veo que, en distintos ámbitos, sorprenden las declaraciones del obispo emérito de Alcalá, el contestano Juan Antonio Reig Pla, cuando, en unas de sus recientes homilías tiene la osadía de asociar la condición de persona con discapacidad “con el pecado y el desorden de la naturaleza”. Bueno, quien lo haya tenido como obispo probablemente no se sorprenda de sus meadas fuera de tiesto en más de una ocasión.
Como de todo hay en la casa del Señor, este prelado, retrógrado donde los haya —en línea con el ultracatolicismo que pretende gobernar en un estado laico y actualmente con representación en las Corts Valencianes— se quedó en el seminario. No ha avanzado nada desde entonces. Ciertamente, esas teorías que ahora intenta abonar Reig Pla, a estas alturas del siglo XXI, fueron alimentadas y propaladas por la Iglesia Católica hace 80 o 90 años, en un contexto de influencia eclesial y creencias religiosas frente a las condiciones socioculturales de la época, basadas en la ignorancia y la incultura, que hacía el que muchas familias, estigmatizadas por tener una persona con discapacidad en su seno, procediesen al aislamiento u ocultamiento de ellas para que no se les achacase una falta de virtud moral o un castigo divino.
Afortunadamente, hoy, y desde hace muchos años también, eso está absolutamente trasnochado, como el obispo, y superado. La Iglesia Católica —eso lo tengo que reconocer por la experiencia de mi activismo en el tejido asociativo de la discapacidad durante cerca de 40 años— desde mitad del siglo XX, paralelamente también a la sociedad en general, tuvo un cambio de percepción sobre la discapacidad y, desde entonces y a través de distintas organizaciones, trabaja por la inclusión y los derechos de las personas con discapacidad, así como, sabido por todos, por los colectivos más vulnerables de nuestra sociedad.
Flaco favor le está haciendo a la santa madre Iglesia, con estas paparruchadas, este obispo emérito, cuyo lugar debería estar en socializarse y fumar algún que otro puro, si viniese al caso, con otro emérito por todos conocidos para expiarle los pecados carnales y fiscales. Eso sí son pecados según los mandamientos. Como otros más procelosos sobre los que se debería guardar la Iglesia y sobre los que el obispo pueda tener algún conocimiento también. Imagino que con las declaraciones de este carcamal, el Papa Francisco se habrá revuelto en su tumba y que al Papa León XIV se le habrá “terremotorizado” el báculo entre las manos cuando, desde el Vaticano, se las hayan hecho llegar.
Y entrando ya en el terreno más personal e íntimo, soy el sexto hermano de siete, nací en 1953. El día de la Virgen del Pilar de 1958 me contagié de la consabida poliomielitis o parálisis infantil, cuyo punto álgido, tanto en España como en otros países, fue en aquella década. Con todos los hermanos sanos, no creo que a la sexta vez de concebir un ser humano mis padres pusiesen especial hincapié en pecar para que yo adquiriese una discapacidad física. Por el contrario, sí creo o puedo colegir, después de sus declaraciones en el primer tercio del siglo XXI, que el obispo emérito de Alcalá, Juan Antonio Reig Pla, sí padece una gravísima discapacidad. Invisible. No perceptible para el ojo humano.
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