Opinión
La pirueta

Melody al final de su actuación en Eurovisión el pasado fin de semana.
Contra todo pronóstico acabé viendo el festival de Eurovisión, y pronto me puse intranquilo por la posibilidad de que algo saliera mal. Siempre me sucede cuando hay alguien que se parte la pana por España, ya sea en unas Olimpíadas, en una Copa Davis, o en los mundiales de Bádminton. Fue salir Melody con la bandera en la cadera y con esa cabellera interminable y me alegré de estar viviendo en riguroso directo el espectáculo con millones de televidentes queriendo lo mismo que yo: el triunfo, la gloria, el acabóse patrio. Por eso cuando ví la voltereta final con la que acabó nuestra representante por fin respiré, seguro de que Eurovisión lo ganaba el bailarín que la cogió, la volteó y la mantuvo a dos centímetros del suelo mirando a cámara. Madre mía, qué tío: que fuerza, qué temple, qué nervio. Viva la madre que te parió, le grité, hinchado de españolidad.
Pero dio igual porque pronto todo volvió a como solía. Hasta una canción de Eurovisión sirve para que los dos partidos mayoritarios se echen los trastos a la cabeza. Inmigración, aranceles, gasto en defensa, posición ante Israel, vendemos a Vinicius o no lo vendemos. Cualquier cosa les vale para diferenciarse. Tenemos una metástasis profunda provocada por la decisión consciente de ambos de no querer saber nada el uno del otro y la goma cada vez se estira más por ambos lados. Ya no nos acordamos, pero a este país siempre le vinieron bien las ayudas entre los grandes partidos: con sus vaivenes, el terrorismo les obligaba a verse, a informarse unos a otros, a darse los pésames y a sufrir juntos (con los ojos de hoy, que hubiera una época en que el PP de Euskadi apoyara a Patxi López para que fuera lehendakari suena a milagro sobrenatural). Rubalcaba asumió en su momento su responsabilidad y ayudó a Rajoy firmando la modificación de la constitución. Mal que bien los nombramientos de las instituciones no se eternizaban. Ángel Gabilondo intentó hasta el último momento que el PP apoyara una nueva ley de educación (no lo consiguió: pero era lo que tenía que hacer). Todo eso ya no existe: se trata de escorar al rival, de alejarlo, de arrinconarlo. Unos dicen que nos roba un gobierno comunistoide y corrupto, y otros que Feijóo es peor que Orban o Milei. Mientras los “holligans” de cada parte hacen su trabajo a la perfección, un montón de ciudadanos miramos sin saber qué hacer y con un montón de problemas pendientes: la crisis de la vivienda, la saturación de la sanidad, qué queremos hacer con la inmigración o la pobreza infantil (los peores datos de toda Europa).
Y ya que estamos, lo que uno ve, oye y lee en los medios también es triste. Si como nos hartamos de decir siempre nuestras sociedades son diversas y plurales, los medios también deberían serlo. Pero cada vez es más difícil encontrar una entrevista a un ministro socialista en un medio de derechas. O es prácticamente imposible encontrar un articulista que defienda posiciones diferentes al argumentario del gobierno en un medio de izquierdas (esta rígida uniformidad es mucho más acusada en los medios nacionales que en los locales: aquí estamos acostumbrados unos y otros a vernos cruzando la misma calle o desayunando en el mismo bar, y eso obliga a saludarnos (por eso es mucho más difícil dirigir un periódico provincial que uno nacional, no les quepa ninguna duda. Cierro paréntesis). Una cosa es tener una tendencia editorial determinada, y otra ser una correa de vía unidireccional sin ninguna posibilidad de duda o de ideas diferentes y legítimas y que nos sirban para pensar un poco más allá.
En todo esto pensaba con el festival de Eurovisión ya acabado y derruído para nosotros, el austríaco ganador llorando e Israel celebrando el televoto, cuando le dije a mi mujer, para animarnos, que si quería que intentáramos hacer la pirueta que había hecho Melody al final de su actuación, que yo me atrevía. “Me veo capacitado, con ganas, con fuerza, con temple” le dije. “Pues yo no, Jesús. Siempre has sido un insensato, un tarambana y un iluso. Contigo ya ni un mal pasodoble, que siempre me pisas. Y me voy a dormir, así que no se te ocurra hacer ruido”. Lo que les decía, mierda de polarización….
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